Tantas penas
La carretera, la curva, la noche, el árbol, la lluvia... ahí; en ese punto frío del silencio; un lapsus sangrante, un frenazo, y todo termina. Se va, y no queda nada, aparte de ropas que se secan entre las alas de las polillas. Colgadas en los armarios se marchitan ajadas, esas prendas que se quedaron sin sus cuerpos; zapatos sueltos, algunos no tienen pareja, y lo peor de todo es que ya no la necesitan. Una muñeca encima de la cama, unos patines dentro de una caja de cartón, unas cartas de amor sin corazón que les lata, juguetes que se volvieron viejos en un instante, en un momento seco, justo después de que sonara el teléfono; fin del viaje...
Se llamaba Juan Manuel, se llamaba Diego, se llamaba Gloria, se llamaba Francisco, se llamaban... nombres que el arcén se empeña en borrar, que la grava quiere tapar; las letras de esos nombres se las lleva un viento fuerte de fuego, que hace que las lágrimas ardan, que roba la fe y que deja marchito al mismo Dios de todos los cielos, de todos los muertos. El viento, el viento del tiempo viste prendas negras.
Te odio alcantarilla de la tarde, te odio estrecho puente en la niebla. Maldita guadaña veloz inmisericorde, maldito guardarraíl, maldita línea continua, maldito semáforo en ámbar que ni verde ni rojo.
Frágil vida que sigue. El mundo es un reloj sin agujas. Todo continua impasible. La carretera, paciente, espera.
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