jueves, septiembre 02, 2010

Lágrimas como susurros



Esta mañana, como cualquier persona normal, me levanté bien temprano; las seis parpadeaban puntuales en la radio-reloj-despertador. Me afeité silencioso, como cada día, para no despertar a nadie. Me coloqué ropa de calle y me tiré a un mundo sin amanecer. La mañana era fresca, el cielo constelado; eso me gustó, pensaba en lo agradable de la temperatura y el espacio, mientras andaba camino del desayuno; un café y media tostada que me supieron a gloria, a otros tiempos, a mejores tiempos.

En la plaza estaba el autobús tan diligente como siempre. Me subí a él contento y éste comenzó a rodar calle abajo dejando atrás el centro del pueblo, el camión de la basura, unos jubilados guardando cola a la puerta del consultorio; -con gente tan madrugadora cualquiera ve a su médico antes del mediodía -pensé. Luego, el vehículo salió a la campiña solitaria, oscura y desvaída; pocas cosas destacaban en este páramo que más parece, en esta época del año, un desierto que una tierra de cultivo. Algun tractor ya se afanaba en arar rastrojos; como queriendo enterrar los despojos del maná arrancado. Vi también unos patos volando veloces atravesando la carretera, y una perdiz lejana picoteando la bruma de una linde. Luego, al pasar por los primeros polígonos de la periferia de la ciudad, imaginé dentro a montones de operarios haciendo sus cosas: unos tañendo martillos, otros apretando tuercas, pintando paredes, soldando bidones, remachando pesadas planchas...

Llegué a la estación de Sevilla, los pasillos iban repletos de hombres y mujeres que se estorbaban; algunos tomaban café en una máquina iluminada pobremente, y otros paraban un momento para prender sus primeros cigarros de la jornada. Yo, afanándome en salir pronto de allí, subí raudo los escalones, de dos en dos, hasta llegar por fin a la calle. Sufría cierto desazón por el tiempo, que parecía acelerarse, discurrir más deprisa que la propia gente y lo peor; porque parecía que el propio tiempo se había propuesto adelantarme.

Afortunadamente el treinta y dos llegó a su parada tan sólo unos segundos después de mí. Aun no había abierto completamente el conductor la puerta cuando ya estaba yo dentro pagando mi billete. Al fondo había varios asientos libres, así que me acomodé y suspiré bien hondo; misión cumplida, ya nada me haría llegar tarde.

Pero al poco me quemó una duda como una garra: - ¿Adónde iba ese autobús?
Me intenté calmar, sólo tenía que esperar un poco y observar: “Calle Arjona, semáforo, Puente de Triana, semáforo. Calle Castilla, semáforo, semáforo, Isla La Cartuja, más semáforos. Puente de la Barqueta -este lo pillamos en verde-, Torneo y ¡Calle Arjona! ¿Acaso no estaba dando vueltas? ¿Qué clase de viaje era ese que se hacía repetir, una y otra vez, por las mismas calles, con la misma cantinela? Los mismos puentes, los mismos cruces...

Algo no marchaba bien. Me levanté y le pregunté a un señor con barba: - ¡Oiga!, ¿Dónde para este autobús?- El hombre me miró extrañado y luego señaló, sin hablar y sin volver a mirarme, a un dibujo de encima de la puerta. Y entonces me derrumbé; no me dirigía a ningún sitio, sólo estaba dando vueltas; aquello era un círculo y no tenía lugar donde bajarme ni tampoco llegaría nunca a ninguna parte.

Me puse a mirar por las ventanillas en todas las direcciones y nada de lo que veía consolaba mi malandanza. Así que saqué de mi bolsillo un pañuelo y, aunque quería gritar, lloré susurrando. Y podría haberlo hecho fuerte o chillar, pero no creo que nadie se fijara en mí; el urbano continuó su andar monótono y apremiante. La gente subía, bajaba; los que tomaban asiento al poco se ponían de pié y luego saltaban a las aceras. La ciudad fue con las horas cambiando de luces; desde mi asiento de atrás. Los semáforos, incasables, no pararon de quemarse y de apagarse, y nadie me miraba. Vuelta tras vuelta me fui volviendo invisible hasta que desaparecí. Porque hoy, como tantos otros días, tampoco nadie esperaba nada de mí. Porque estar en paro es no poder decir yo soy.





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6 comentarios:

Blogger Ars Natura ha dicho...

Uf, es como una pesadilla del día de la marmota! Espero que hayas podido despertar felizmente tumbado en la cama.

3 de septiembre de 2010, 0:29  
Blogger Mai Puvin ha dicho...

Qué doloroso relato... el remate me estrujó el alma... Vos SOS, aunque no tengas empleo.

Te dejo un abrazo apretado.

Lenny.

3 de septiembre de 2010, 16:04  
Anonymous José Juan del Valle Ramírez. ha dicho...

Salud a tod@s.

La realidad es paradógica, la misma "cadena" que nos oprime curiosamente tambien nos libera, la díficultad radica en encontrar su sentido.

Saludos.

3 de septiembre de 2010, 21:39  
Blogger DANI ha dicho...

Eres un genio Aureliano. Nunca había visto una forma tan sutil y bonita de reflejar el sentimiento que quien no tiene un trabajo hoy en día.

Bucles interminables.

Un abrazo enorme

3 de septiembre de 2010, 23:03  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Sí, es tremenda la sensación, yo ya ni quiero recordar cuántos meses van, saludos Aureliano :)

4 de septiembre de 2010, 9:47  
Blogger La sonrisa de Hiperion ha dicho...

Sevilla, y sus hijos llamados puentes... Preciosa la foto.

Saludos y un abrazo.

6 de septiembre de 2010, 17:54  

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