martes, septiembre 23, 2008

Diecisiete.


Viento, fuente de la desolación. Aire, manantial de vida. Sólo sobre el cerro de la soledad y el desamor. Sintiendo el viento barrerte.
Notar, en su rostro, apagados y jadeantes, las pisadas de mi ojos.

Ya no me quiere, pensará en otro. Yo no se que pensar, pero si que mirar; la miro a ella, a su cascada rubia, a sus ojos.

Y mis ojos, pobres, hambrientos de horizontes, ricos y saciados de lágrimas, la miran en su burbuja. La sienten lejos y mis oídos cerca. Su risa me duele. Su voz aplastante me golpea el pecho. Yo me repito; ¿Para qué te enamoras hombre? Cuándo aprenderás a querer cuando te quieran. A mirar cuando te miren, a amar cuando te ame.

Muchos ríos han surcado estas tierras agrietadas y resecas de cariño.
Qué absurdo de esta especie humana viviendo con indicios de felicidad. Existir para reproducirse pero sin vivir.

Y ahora, cuando llevo diecisiete años existiendo, me doy cuenta que solo habré vivido unas horas, y esas horas, enturbiadas en el tiempo, son las que me mantienen a flote, dentro de esta tempestad, envuelto en esta tormenta de soledad y desamor.

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3 comentarios:

Blogger tartésico ha dicho...

Caña la foto! y el texto.

24 de septiembre de 2008, 0:54  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Por detrás del telón, un sin vergüenza anónimo, que no dice su nombre y si el de mi DNI, me pide, muerto de curiosidad, que explique algo de esta foto. Le voy a dar el gusto como el que devuelve un favor, pues también me dio él un motivo para escribir.

Sin falsas modestias, ya lo sabe todo el mundo, ni soy fotógrafo, ni escritor y mucho menos poeta, más quisiera. Y digo esto porque el día que, en el mercado del pueblo donde suelo ir de vacaciones, vi la cabeza del marrajo chorreante de sangre me puse tan nervioso, al imaginar la fotografía por hacer, que me salió movida.

Luego, cuando la analicé en casa, vi que no era una buena foto, ya dije que no soy fotógrafo, pero me di cuenta que algo de aquel pez había quedado en ella. Cada cual lo verá de un modo, pero yo creo que el dolor del pez, incluso después de muerto, estaba allí, está ahí, en la foto. Eso fue lo que la salvó, estuve a punto de borrarla.

El otro día, un lunes capitalista y difícil, no tenía ganas de escribir, pero tenía necesidad de desahogar cierto dolor interno. Entonces hice un poco de arqueología, y estuve leyendo cosas que escribí hace muchos años. Encontré el texto de un amor no correspondido y se produjo de golpe la conexión con mi dolor de lunes.

Este texto lo escribí cuando tenía diecisiete años, sólo tuve que quitar algunas cosas que ahora me parecen demasiado cursis, así que borré un par de frases, pese a mutilarle algo de realismo adolescente, y me propuse publicarlo.

Miré en mi colección de fotos, buscando alguna que le viniera bien al texto y ¡premio!, el dolor de de un lunes, el dolor unas antiguas calabazas y el dolor de un pez. Todo encajaba en ese momento, como si fueran piezas de un puzzle que después de mucho tiempo acabaran encontrándose.

Querido anónimo, si ha sido un rollo no haberlo preguntado.

24 de septiembre de 2008, 23:37  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Perdona amigo anónimo si te ofendí el llamarte sinvergüenza. No quería molestarte y menos aun con lo mucho que me gusta recibir comentarios. Debes comprender, en mi defensa, que es muy fácil llamar sinvergüenza al anónimo, no se me hubiera ocurrido llamarte así si tengo tu nombre, como tu tienes el mío.

Así que ha sido por eso, porque me llamas por mi nombre real, mientras yo no tengo ni idea cual es el tuyo.

Amigo anónimo por mi parte tema zanjado, sigue escribiendo aquí con vergüenza y sin ella, pero si me llamas por mi nombre dime quien eres y no tengas mala leche.

Un saludo

27 de septiembre de 2008, 16:15  

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