miércoles, mayo 26, 2010

Como Jonás


Las manos de Juncia Rosada no eran como las de los demás; las líneas de sus palmas jugaban con el abecedario, con las figuras, con los objetos -como las nubes-, ya lo dije. Garabatos sin ningún orden ni concierto tenían en su piel la noche de mayo en que decidió entrar en el cuartucho dónde una pitonisa gitana ofrecía la lectura del futuro por tan sólo la voluntad. “Pasen y conozcan el porvenir y el por pasar” colgaba en una tabla sobre una cortina raída de mil colores.

Dentro una mujer, arrugada y seca, de pelo largo; negro y brillante, cubierta con una túnica púrpura adornada con cientos de pequeños espejuelos, hacia con las naipes un solitario eterno sobre un diminuta mesa de camilla.

- ¿Quieres que te hable del mañana, señorita?- Dijo la gitana sin apartar la vista de sus cartas.
- ¿Qué vale?- Preguntó Juncia.
- La voluntad, mi niña. La voluntad.

Entonces Juncia soltó las únicas tres monedas que llevaba encima, en un pequeño aguamanil que encontró a su derecha. Las monedas sonaron ruidosas mientras la gitana agudizaba el oido; como si pudiera, por la música de aquellos metales, adivinar el importe exacto del recaudo.

- No quiero que me eche las cartas, señora; no creo en ellas. Quiero que me lea las manos. Imagino que algo podrá ver.

La gitana la miró con ojos dolidos por la afrenta, y empezó a hablar muy bajito, siempre, sin levantar la mirada de los naipes:

- Las cartas no mienten nunca, mi niña; en ellas se ve el futuro; todo está escrito en la cartas; lo que va ha pasar y lo que nunca debiera. Pero en las manos... en ellas sólo se puede ver el amor. Las manos, mi niña, son cosas de amantes. Las manos son animales para el deseo y siempre tienen hambre; de dinero, de comida, de otros cuerpos... El amor a las cosas está en las manos, eso del corazón es un invento de los cursis. Dame tus manos, mi niña, a ver qué cosas quieren.

Mientras la gitana decía aquello no había parado ni un momento de poner cartas sobre la mesa, ahora cubrían toda la superficie en un mosaico de copas, espadas, reyes gordos, caballos flacos y sotas enlutadas.

Juncia le dio las manos a la pitonisa; se las entregó despacio, como si fueran mariposas para coserle las alas, mientras, no podía dejar de pensar en la historia del pobre Jonás, cuando fue castigado por la ira de Dios, y cuando se llevó tres días en el vientre de una ballena.

Juncia se sentía en ese momento como Jonás, pues al entrar en aquel cuarto, al poner sus manos sobre las cartas, estaba, si duda, contraviniendo la voluntad de Dios, que es el amo supremo del futuro -según su párroco-, y exponiéndose, como Jonás, al castigo del que todo lo ve.

Los remordimientos son la implacable justicia de quién los merece, que con ellos pierde, para siempre, cualquier posibilidad de redimirse.







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3 comentarios:

Blogger Carlos ha dicho...

Un texto brillante, una pena que nos quedemos sin saber que leyó la gitana en las manos de la protagonista. Interesante reflexión sobre los remordimientos y sus causas "supersticiosas". El remordimiento se enseña desde que somos pequeños y es un medio para controlar a la gente, no por ello lo primero que enseñan a los cristianos es aquello del "pecado original". Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra... Y no tiramos ninguna piedra y ellos siguen robando. El evangelio habla de no tirar piedras como de perdonar, pero la perfidia de la iglesia enseñó a los cristianos a mirar hacia otro lado ante las injusticias. Tiremos pues piedras y no sintamos miedo de enseñar las manos. Piedras contra la explotación y la injusticia claro.

Un abrazo.

27 de mayo de 2010, 13:31  
Blogger DANI ha dicho...

Uff eso significa que si tengo un montón de remordimientos es porque me los merezco o que redimirme va a ser mi perdición más cara???

Mejor me leo las manos yo mismo y acabamos con esta historia ;))

Bromas a parte, me da cantidad de pereza repetirme, pero es que tus textos me sorprenden cada día más.

Un abrazo

27 de mayo de 2010, 20:24  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Amigo Carlos.

No te creas que nos quedaremos sin saber qué decían las manos de Juncia, tengo ya en mente la siguiente parte. Es cierto lo que dices que las religiones han utilizado el remordimiento como seguro de fe, pero es algo que va más allá, es condición humana errar a sabiendas y luego sentir remordimientos. En los casos más graves quizá no se sienta. Esperemos encontrarnos en la vida el mínimo de estos individuos.

Amigo Dani.
Qué gusto que te repitas. Repítete tantas veces como gustes. Dudo que tu seas de esos que tienen muchos remordimientos, lo mismo te pesa como a mí que son remordimientos breves, que duran poquito, que asumimos que somos imperfectos y que por esos nos equivocamos.

En fin todo un lujo el contar con vuestros comentarios.

Buenas noches a todos.

27 de mayo de 2010, 23:13  

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