domingo, junio 26, 2011

Como el hueso del "amasco"





De los mayores placeres que he conocido en mi vida ha sido frecuentar las huertas. Eso de ir al río y pasar por una de aquellas increíbles huertas y comerme una granada, o un trozo de melón, o unos higos; eso en el mundo de los sentidos no tiene parangón con nada. Beber agua fresca en uno de sus oscuros pozos, bañarte en una de aquellas albercas encaladas llenas de ranos y de verdina... La verdad es que no me puedo quejar de mi suerte; la vida me ha tratado bien. Me siento un hombre afortunado, también por este amor mío a las huertas.

Otras veces sólo ibas a las huertas de visita breve, y ésta se disfruta al completo si podías llevarte al buche alguna cosa, conseguir una fruta o una verdura en ese instante de la visita y comértela allí mismo; pasear por ella y coger del árbol unas ciruelas, o unas naranjas, o unos damascos y comerte, sin intermediarios, la fresca y madura fruta que da la tierra; ese es un placer único comparable incluso con el sexual, como una conexión, después de millones de años, con el primitivo homínido que recolectaba de la naturaleza su alimento y sentía saciar así su hambre, a la sombra de un generoso árbol frutal, en aquellas remotas huertas salvajes de la prehistoria.

De niños éramos felices cuando subíamos a los árboles y si era en una huerta para coger fruta, pues miel sobre hojuelas; en mi huerta pasaba esto con un precioso árbol, un damasco, que cada año se cargaba de cientos de redondas y deliciosas esferas aterciopeladas color naranja rojiza. Si algún día hago memoria sobre los árboles importantes en mi vida tendré que hablar de éste, de mi gran damasco.

Con el hueso de un damasco (la mayoría de las abuelas lo llamaban “amasco” y ahora, aquí en esta ciudad del ruido, le llamamos albaricoque), con eso, con un simple hueso bien limpio, después de habernos comido su rica carne, fabricábamos un pito, rústico donde los haya. Costaba lo suyo raspar sobre el adoquín áspero, a modo de lima, la pared del hueso, del duro hueso del damasco; frotábamos y frotábamos y al final, por fin, aparecía dentro el corazón tierno de la semilla. Era blanca, blanda y olorosa. Luego por el pequeño agujero que quedaba a través de hueso, con la ayuda de un alfiler, íbamos sacando todo el germen interior hasta que se quedaba el hueso completamente vacío, hasta que todo era madera; el hueso duro con un pequeño agujero por donde soplábamos y conseguíamos un fuerte silbido. El silbido del tosco pito hecho con un hueso de “amasco”.

Pero lo más divertido de aquello no era tener el silbato terminado, eso era secundario; lo mejor de este pito era el trabajo previo, el esfuerzo de frotar sobre el granito, la fabricación por ti mismo de tú propio juguete, y ver como tus amigos seguían ahí frotando unos minutos más que tú.

Hoy, con mis treinta y muchos años, he vuelto a fabricar uno de estos pitos. Esta vez me ayudé de un cuchillo; el tiempo de los adultos, aunque menos valioso, es más escaso.

Tengo claro que la felicidad es el camino y no la meta; si llegas se termina. En eso se parece a la trayectoria de la propia vida, con el destino final que a todos nos aguarda. La vida sólo se vive mientras se vive y la felicidad sólo se encuentra mientras se busca. Como el hueso del “amasco”. Será por eso que, de vez en cuando, escribo, aunque sepa que, lamentablemente, nunca seré un verdadero escritor; pero cosa buena, al final, tratando de ser lo que no seré; sigo y sigo escribiendo.

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4 comentarios:

Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Decir dos cosas:
La fruta de la foto no es un damasco. La otra cosa es que esta entrada hace la número 300 de este mi blog.

Creo que debería hacerme una reflexión sobre este dato: la 300; ya tengo tema para la entrada 301.

Saludos a todos y buen verano.

26 de junio de 2011, 14:08  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Aureliano; creo que hemos sido la ultima generación antes de la globalización por lo que nos bañábamos en el río, íbamos a las huertas, íbamos de excursión al pino de la canaleja, al berrocal a matar ratas o a explotar botes de "fli" o a quemar "Judas en semana santa" y por eso me alegro y creo que tenemos mucha suerte de haber vivido esas experiencias. Quizás sea eso parte de la felicidad. Felicidades 300 veces. Sigue así.

26 de junio de 2011, 15:05  
Blogger J.Joaquín Santos ha dicho...

Yo también hice muchos silbatos con el hueso de un amasco, y los sigo haciendo de vez en cuando, aunque no se por qué extraña circunstancia no suenan como antaño. ¿Será la edad, o que ya no se afina con la ilusión de un niño?

Es un misterio.

Un saludo...

26 de junio de 2011, 15:48  
Anonymous carmencita ha dicho...

yo también conocí ese árbol, y el lujo se hace mas grande si le añades que aveces nos comiamos esa fruta fresca y madura, cuando caian al agua, mientras nos bañabamos en la alberca
un beso

28 de junio de 2011, 1:03  

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