domingo, julio 03, 2011

Caín, pobre Caín




Y fue Caín el que con la quijada de un burro mató a su hermano, y luego vino Dios a pedirle cuentas al homicida. Y Caín le dijo que si bien él era el causante directo de la muerte de su hermano Abel, el mismo Dios compartía también parte de culpa; por haber permitido que cometiera aquel asesinato, por haber propiciado, primero el desencanto y la infelicidad de Caín, y más tarde la violencia de éste contra su hermano. ¿No pudo Dios mover un sólo dedo para asegurar la paz entre aquellas dos personas?

No está mal encaminada esta afirmación, observa este humilde pensador; ¿si Dios es todopoderoso, si todo lo ve y es el dueño de todas las vidas y, más aun en esos albores de la creación, cuando a poca gente tenía que gobernar: Adán, Eva, Caín y Abel, sí Dios interviene para castigar, por qué no interviene para conciliar?

Definitivamente Dios quiso que ocurriera lo que ocurrió y, por tanto, fueron uno y otro responsables de la muerte del bueno de Abel. ¿Pero es Dios capaz de dejar que dos hermanos se maten entre sí? Bueno de esto no me cabe duda; ¡fue el mismo Dios capaz de permitir, cuando no propiciar, el asesinato de su propio hijo!

Todo estas líneas aquí escritas son producto de la última lectura que estoy haciendo: Caín, de José Saramago. Y me hace este genial escritor pensar cuánta posibilidad hay de hacer lecturas distintas del libro de todos los libros, de La Biblia. Y más aún cómo se trata de un libro atemporal, pues en las historias que en ella se cuentan y en este presente nuestro, hay que reconocer que los Hombres siguen siendo los mismos, y que Dios también, tristemente, sigue siendo el mismo.

Así que Caín y Dios fueron culpables, cuando se tenía por sentado que el ruín, que el malvado, que el merecedor del castigo era Caín, y que Dios nada tuvo que ver en el asunto, a parte de aparecer para impartir justicia.

Qué oportuna lectura esta del libro de Saramago, ahora que nos hacen ver el mundo llenos de Caínes, y nos dicen que los Caínes son los de siempre; los de abajo, aquellos desgraciados hipotecados, que no tienen trabajo, que viven acosados por las deudas, que no pueden, siquiera, devolver sus bienes a los bancos, al sistema, para que expiren sus culpas. Ahora, que se nos explica que esos Caínes tienen lo que ellos mismos se buscaron, también hay que hacerse la pregunta de si los cochinos bancos no tienen también culpa de aquello; si los bancos, las cajas, y los políticos de turno no propiciaron el endeudamiento de estos infelices; de la especulación, del alza de los precios de las viviendas -que es un derecho-, de la concesión de créditos interminables.




Pues sí, ellos también son culpables cuado no más, incluso, que los propios Caínes, y ahora se van de rositas; los todopoderosos, con sus decisiones inescrutables, como lo son las de Dios.

Ya nos lo volvieron a dejar claro esos que nos gobiernan; para ellos no existe otro Dios que el del dinero, el del podrido dinero.





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