viernes, abril 18, 2008

Arrastrando de por vida


Al nacer nos encontramos con ellas, son redondas, tiernas, suaves, cálidas. En mi infancia yo las tuve. Me refiero a los envases de nuestro primer alimento. A los senos que nos brindan nuestras madres y de los que mamamos pues mamíferos somos.

Pero este hábito alimenticio dura poco, crecemos, nos empiezan a dar fruta y, aunque fue maravilloso, el recuerdo se borra o no se graba en nuestra mente. Crece nuestra sapiencia, con algunas excepciones. Se incrementan nuestras destrezas, pero de la memoria del tacto de las tetas de nuestra madre no nos queda absolutamente nada.

Pero... ¿desaparecen todos los registros de esta experiencia?, ¿O se quedan escondidos en forma de latente añoranza?
¿Arrastramos de por vida nuestro inquebrantable amor por la teta?

Este romance no se lleva de igual modo en los dos géneros. Si eres fémina tu cuerpo alberga sus propias ubres, no si eres hombre, por tanto los hombres tenemos más motivos para echarlas de menos.

¿Será por esto que los varones, en general, rabiamos por conseguir tocarlas?, ¿Son en el fondo el más primogénito de los amores?

Sea como sea el mundo sin tetas no sería el mismo.

A. Buendía.

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Como dice el refranero popular, "Sopa o teta". Cada cuál que escoja su opción.

Abrazos

20 de abril de 2008, 11:05  

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