Sin diplomacia
La mirada de un perro callejero carece de la más mínima diplomacia.
Todo perdido y nada que perder. Quizás el pellejo; último capital andante y pendiente, última carta que jugarse en una mala partida: el pellejo y de farol.
Perro solitario de una gran ciudad desconocida.
Ambulante, sin rumbo ni mares.
Nadie espera en el puerto; desierto.
Perdido caminante de huesos.
Aquel pobre diablo; sin techo, sin lecho, sin pecho.
Amanecer de olvido; dolido, molido...
Sobre cartones: frío, resaca, ratones...
La puerta del Santander a cal y canto, sin espanto.
Cubierto por la cochambre y el hambre.
Rodeado de envoltorios y abalorios.
Un cartón de vino: rumboso. Pan duro: mohoso.
Detrás de cada perro callejero hay una batalla perdida, una vida vencida; una noche sin luna ni estrellas, un día sin pájaros, sin árboles, sin fruta...
Qué cosas..., nos parecemos tanto los hombres y los perros que tan solo un poco más abajo, en uno de los últimos escalones de estas sucia sociedad, hombres y perros somos lo mismo, vivimos de la misma forma, somos mirados con los mismos ojos, tenemos la misma sombra, somos actores del mismo circo.
Si ves un perro callejero y te sobra un poco de pan, no te lo pienses dos veces: ese que no te quiere lo quiere, ese que no quieres lo quiere. Malditas conjugaciones del verbo “querer”.
Etiquetas: Cosas mías
4 comentarios:
Lo has "bordao" compañero. No se podía haber escrito mejor.
Y que verdad más grande, nos parecemos tanto los hombres y los perros que terminamos ambos siendo actores del mismo circo.
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Conozco unos cuantos de esos perros callejeros.
Precioso texto y tremendamente real.
Un abrazo enorme
Heridas hasta en los troncos de los árboles...
Saludos y un abrazo.
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