sábado, julio 09, 2011

gerena-ciones




Paso a paso los padres (en mayor medida las madres) van educando a sus hijos, también la sociedad en su conjunto, el esfuerzo en alcanzar cada propósito, la manera en que todo está dispuesto para que el individuo viva; en base a todo eso se hacen las personas. Y a medida que van naciendo las nuevas generaciones vamos viendo cómo cada una de ellas tienen sus marcas, sus tics, sus aciertos y sus fracasos. Imagino a la generación de mis abuelos, cuyo gran proyecto existencial sería conseguir que sus hijos pudieran comer cada día. O que les permitiera su nivel de vida retirarlos del trabajo infantil, del yugo de la miseria y la explotación. La sed de justicia de aquellos viejos.

Luego vendrían nuestros padres, aquellos que, una vez salvado el pellejo, y siguiendo la huella de las generaciones anteriores, lucharon contra una dictadura, defendieron con dientes y uñas nuestras libertades, el derecho a no ser pisoteados, a no tener que mirar al rico como al amo, a una justicia social que llegara a todos los rincones. Con sus luces y sus sombras estas aspiraciones se fueron consiguiendo. Y luego vino la gran satisfacción de poder permitirse que sus hijos tuvieran una educación superior; aquello de abandonar el colegio para guardar puercos pasaba al desván de las antiguas vergüenzas. La generación de nuestros padres trabajaba por tener un coche, una televisión, una parcela, pero sobre todo trabajaban por conseguir unos estudios para sus hijos, para que éstos pudieran ir a la universidad. Todas las clases sociales (excepto las marginales) tenían sus hijos en las mismas universidades. Los hijos de los pudientes y los hijos de los currantes y currantas, todos terminaban en centros educativos similares. Y la posibilidad de que cualquiera, si ponía voluntad, trabajo y dedicación, podía ser lo que quisiera en la vida. Esa posibilidad constituyó el mayor logro, a mi entender, de la historia de nuestra maltrecha España. Pero no bastaba con este importante acontecimiento histórico. La generación de nuestros padres, así lo viví en mi caso, nos transmitía la necesidad de implicarse; escurrir el bulto era de cobardes. Si quieres una mejor sociedad hay que luchar, y si quieres una mejor escuela y si quieres un mejor pueblo; lucha, trabaja por tu comunidad, por tu pueblo, y esto será mejor para ti y para todos. En definitiva: PARTICIPACIÓN.

Resulta entonces que, en aquellos años de la recién estrenada democracia, creo que con pocos medios, siendo más pobres, el pueblo era más puro, las personas tenían un compromiso social que nos hacía a todos más fuertes. Los que superamos la treintena recordaremos con facilidad/felicidad como, ante las adversidades, nuestros mayores se unían, hablaban, debatían, hacían asambleas, resistencia e incluso la mayoría de las veces se llevaban el gato al agua (nosotros les ayudábamos, alguna vez, sonando cacerolas por los barrios).

Mi generación creció, como todas, a la sombra de sus mayores y hoy, que deberíamos tomar el relevo, que tendríamos que estar despiertos antes las amenazas que nos acosan; la precariedad laboral, el alto precio de emancipación, el paro, los efectos de una feroz estructura consumista insostenible con nosotros mismos, nos limitamos a mirar con nostalgia el pasado, y a alabar aquellos hombres y mujeres de los que venimos, pero somos incapaces, por inconsciencia, egoísmo o por ser víctimas, si queremos tomarnos como no culpables, de un sistema cultural que fabrica castrados mentales, a llamar las cosas por su nombre, a unirnos y a oponernos contra esas maniobras que nos roban aquello por lo que tantas generaciones lucharon. Y aquí estamos, sin levantar la boca del pesebre.








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