miércoles, febrero 11, 2009

Cada vez


Sobre el celeste 131 Supermirafiori está el mono vestido de moro, con su traje verde aceituna, el gorro rojo con borla y unos ojos redondos, algo tristes, como pequeñas canicas marrones de un cristal húmedo y blando. Al otro lado de su cadena, una bella princesa gitana de abrumadora piel color a tierra, con su boca amplia, cantarina, reparte sonrisas como quien regala flores. Y da el encanto, los sueños, los espejismos de una raza exótica y legendaria.
Un señor viejo, mal vestido de payaso, reparte octavillas.
Yo soy un chiquillo que escapa del colegio como en un bando de palomas libres. Corremos por la calle abajo con nuestros vales y releemos una, dos, mil veces: "100 pesetas de descuento. Sólo acompañado de un adulto". Ondean al viento nuestros trofeos, son, en nuestras manos, banderas que anuncian la aventura.

Atravieso un esqueleto de montones de adoquines y añejos bloques de granito olvidados; el viejo colegio derruido con sus dos palmeras solitarias, las ruinas parecen un Lázaro esperando el milagro más imposible, y aplasto, bajo mis pies, montones de dátiles amarillos mientras las bestias viajan por mi cabeza. El dromedario del vale y las melenas de los leones parecen moverse, y se oye el chasquido del látigo y los cascos retumbantes de los caballos.
La Carretera Quirós entera es un enjambre de mochilas contagiadas por la gran noticia; un circo llegó a Gerena.

En el llano "La Cantina" las errantes personas despliegan su cacharrería; toda clase de lonas, puntales, cuerdas... El circo es una planta que va creciendo. Emerge de sus tripas como un gigante blanco y rojo que adquiere una forma montañosa. Su volumen misterioso es celoso de sus entrañas. La carpa, pagana y mundana, no se abrirá al que la quiera, sólo a quien la pague.
Asombrado, en un momento interminable, junto a los otros que hoy también llegarán a casa tarde, me imagino un mundo distinto bajo la carpa, e intento con la mirada traspasar las lonas; recorro sus maleados tablones, sus repintados hierros sin patria, los desdentados animales y el puñado de niños sin raíces curtidos por caminos hechos de estaciones, tormentas, calimas, heladas, vendavales de barro y polvo.

Al día siguiente muchas prisas y clases que no terminan nunca. Suena la estrepitosa sirena y nos escapamos veloces. En la puerta dos altavoces, el mono triste y la joven princesa nos recuerdan que llegó el día de la única función.

Y casi llegando a la Lonja comienza a caer sobre nuestras cabezas un chaparrón sin miramientos. Las canales repican un recital de gorgoteos. Las calles corren como arroyos y las esquinas se llenan de torrentes marrones que arrastran tierra, papeles y colillas que huyen.
Por la calle "La Plaza" camina, entre charcos, un perro sucio, flaco y mojado que se escurre buscando algo seco. Él también lo sabe; cada vez que viene un circo llueve.

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2 comentarios:

Blogger J.Joaquín Santos ha dicho...

Gracias Aureliano por tu magnífica forma de trasportarme a mi infancia gerenera.
Es Juan Ramón Jimenez quién siempre había sido capaz de trasportarme a esa infancia pueblerina en su eterno "Platero y yo", pero ahora también estás tu Aureliano. Tienes grandes dotes de talento, para expresar vivos sentimientos nostálgicos con palabras. No es fácil....ni mucho menos.....
Yo también sentía exactamente lo mismo de pequeño cuando llegaba un circo, pero con cada entrada que publicas me sorprendes más y más.
Pides que se te puntue esta entrada; Pues ya tienes tu primer sobresaliente.
Un abrazo...y sigue así...

11 de febrero de 2009, 10:44  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Que me compares con Juan Ramón es para mí, como será para ti, si te digo que me recuerdas a Felix Rodríguez de la Fuente, ¿verdad?

Y aunque todos sepamos, que no les llegamos ni a las suelas, qué bueno, qué honor tan sólo parecerlo. O mejor aun; qué gusto, a veces, sentirlos dentro.

-Aquellos viejos circos, de cuando éramos chicos, quedaron solitarios en algún lugar de nuestros recuerdos-

Un abrazo amigo.

12 de febrero de 2009, 23:28  

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