martes, abril 26, 2011

Viejos lumbrares de Gerena


Puertas, portones, antiguas de las que llamábamos “del campo”, viejos umbrales de piedra que en mi pueblo se les llamaban, o se les llaman, “lumbrares”. Granito sin tiempo, sin aspiraciones; sólo una piedra cuadrada, antigua, labrada con la paciencia del cantero, con el esmero de los hombres que amaban a las piedras.

Colilla medio mojada, tabaco de liar casi apagado, gorra calada y sudada, ojos que lloran lascas grises, manos ásperas como el granito; el granito hace las manos y las manos al granito. Fuertes brazos del jornal amargo. Frente arrugada y maltratada por un sol injusto y despiadado. El silencio, luego el grito del barreno: ¡Barreeeeeenoooo! Más silencio. La explosión y un haz de adelfas volando por los aires. Y la vuelta al tajo en el tajo; férrea redundancia.

Puertas de Gerena, silenciosas puertas al mediodía de los veranos interminables, cuando sólo pasaban por las calles las avispas y los borrachos. Decían las madres, de pequeños: “!No salgas ahora con toa la calor niño, que caen bichos del cielo!” Qué buena la calor en el verano de un pueblo. Chicharras y calles adoquinadas friéndose como chicharrones, cuestas insuperables que pueden poner a prueba cualquier corazón valiente: si subes una de esas cuestas a las cuatro de la tarde en julio, ya puedes estar seguro que tiene que correr mucho el infarto para pescarte.

Puertas de la antigua Gerena donde los chiquillos hablaban y jugaban; se sentaban en sus lumbrares y dejaban pasar las horas haciendo del tiempo un asunto sin importancia, inacabable. Luego, esos mismos niños, llegaban a una primavera henchidos a rebosar de testosterona, y empezaban a buscar por las noches flores callejeras, dejando atrás a la pandilla de siempre, abandonando a los amigos de la niñez para marchar en busca de las venturas de las lenguas, con la llamada de la sangre en las cabezas (en las dos). Y quién sabe si luego volvían, algún día, a aquellos mismos umbrales, con las sombras de la madrugada, para dejar libres las manos nadar entre las pieles, los pliegues y las frutas; en busca de aquello que nunca se tocó/magreó.

Viejas puertas de Gerena, con sus viejos y viejas tomando el fresco de la tarde. Manos marchitas, ojos nublados, mentes limpias y serenas, sienes amplias, almas siempre niñas. Por allí mi abuelo se sentaba, en los tiempos en los que más vivo me sentí, y yo y mi hermana nos acercábamos al sabio hombre de la mascota, le dábamos un beso como el que besaba a un santo, más aún me digo, pues un santo no tiene sangre y un abuelo vivo sí, y a veces sacaba de su bolsillo un par de duros, y con sus manos nudosas nos los ponía en nuestras "limpias" manos, y ya con eso me podía sentir, en todo y por todo, un niño completo; con su pueblo, su abuelo, su duro... y sus viejos portones con sus lumbrares de piedra.




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5 comentarios:

Anonymous jmmlimia ha dicho...

Como ya conoces que uno de mis (muchos) trabajos inacabados es un Diccionario Histórico de Arte (así de insensatos somos algunos seres humanos), me permitirás que te incluya aquí un comentario, algo pedante quizás (lo lamento), sobre la palabra "umbral" con la intención de convencerte (si hiciese falta o si no lo estuvieses) de que, muchas veces, determinadas palabras, o formas, no son producto del desconocimiento, del mal hablar o de la incultura sino todo lo contrario.

En último término el origen etimológico de “umbral” es la palabra latina limen que define así el Diccionario Latino de Lewis & Short: “un límite; la parte superior o inferior de una entrada, el dintel o el umbral”. Dice COROMINAS que de limen deriva el también latín liminaris y que de aquí surgió regularmente el romance limbrar, alterado en los orígenes de nuestro idioma en lumbral. A lumbral, forma que actualmente todavía recoge el DRAE como correcta, se le caería más tarde, muy poco a poco, la “l” inicial por confusión con el artículo, es decir de “el lumbral” acabaríamos suprimiendo una “l” para quedarnos con la forma más natural “el umbral”. Pero lumbral es la forma que recogen los tres grandes diccionarios de la lengua española anteriores a los de la Real Academia: NEBRIJA (s. XV), COVARRUBIAS (s. XVII) y, aunque con la anotación de que “ya no tiene uso” AUTORIDADES (s. XVIII).

Así que lumbral terminado en “r” = lumbrar (la forma local que tú señalas) es una forma etimológica correcta que, aunque de muy poco uso y difícil de rastrear, ha sido usada por tan altos autores como Fray Bartolomé de las Casas: “lo cual todo puso debajo del lumbrar de la puerta” (Apologética Historia Sumaria, c. 1540); o Bernardino de Sahagún:“davan otros golpes en el lumbrar de la misma casa con el mesmo braço” (Historia General de las Cosas de Nueva España, 1576).

Saludos.

26 de abril de 2011, 10:12  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Me ha gustado mucho el texto y me recuerda también a cuando yo era chica. Saludos

26 de abril de 2011, 13:29  
Blogger DANI ha dicho...

Pero que bien escribe jodío!!!

Gerena te estará eternamente en deuda.

UN abrazo enorme

26 de abril de 2011, 23:16  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Muy interesante amigo Limia tu comentario, creo que voy a hacer algunos cambios en mi escrito porque las palabras que realmente más me gustan son las que uso en el lenguaje oral y es , curioso, para el plural: "lumbrares" y para el singular "lumbral".
Es un gustazo poder aprender, así que para mí nunca serán pedantes tus enseñanzas. Si algo sé es que no se nada. Con tu ayuda un poco más de nada. Saludos a todos.

26 de abril de 2011, 23:23  
Blogger Pelayo ha dicho...

En Gerena amigo Aureliano estamos en deuda contigo.
Lo has bordado tío... un fuerte abrazo compañero.

27 de abril de 2011, 14:08  

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