miércoles, enero 23, 2008

Como cometas que pasan cada cien años.

A veces nacen genios. Estos genios no suelen ser conscientes de ello, pero durante toda su vida derrochan la lucidez, el don, la capacidad de transmitir sentimientos y pasiones.
Seguro que todos hemos conocido cantidad de ellos, a veces los tienes a tu lado y no eres capaz de reconocerlos. Otras veces pasan delante tuya, por la misma calle, pero tuercen la esquina antes de que te de tiempo a verlos.

Hoy me viene al recuerdo uno de ellos. Este "fuera de serie" hace bastantes años que nos dejó, sin ser esto motivo para que no perdure su fuerte marca personal, se llamaba "Curro el de los Amarillos".

Era hombre menudo de pelo blanco, ojos achinados, nariz chata, todo arrugadito de sabiduría. Curro fue un bolchevique curtido a la sombra de una dictadura que se hizo eterna. Yo no lo conocí a fondo, era solo un niño cuando Curro falleció, pero unos pocos años me bastaron para percibir la profundidad de su mente, la riqueza de su espíritu de lucha infatigable.

Él tenía la necesidad de denunciar los cánceres del capitalismo, el veneno del fascismo, lo aberrante de las desigualdades entre los hombres. La tragedia de la explotación del Hombre por sus semejantes.

Curro el de los Amarillos, sentado en una esquina de la Bomba, sacaba de su vieja chaqueta un papel de estraza, dónde a lápiz, con su personal caligrafía de obrero filósofo, arremetía con rabia y coraje contra los yugos de la clase trabajadora. Nos pasaba el panfleto clandestino, tantos años de represión no se olvidan fácilmente, aun muerto ya el dictador una década antes, y con una mirada pícara y astuta nos sonreía para poner en nuestras manos el papel de estraza de la denuncia, de la pasión proletaria.

Y cuenta razón tenía al afirmar que la lucha no había terminado, que los del poder eran siempre los mismos, que la clase obrera tendría que seguir peleando por los días de los días.

A veces nacen genios, si estamos atentos podemos descubrirlos, y disfrutar mientras duren, como un cometa que pasa cada cien años.

Aureliano Buendía.

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