miércoles, mayo 07, 2008

Desde la mirilla.




Hace tres años que vivo en este edificio de escalones estrechos. Es viejo y oscuro, se parece en eso a mi. Huele a soledad, hay pocos niños. Un matrimonio joven de recién casados, la mayoria parejas sesentonas con hijos repartidos por el mundo. Pocas visitas, escasos los movimientos que controlar por la ventana.

Este piso siempre estuvo alquilado o vacío, al morir mi mujer y quedarme solo la mejor elección era habitarlo y vender la casa de las afueras.

No llevo bien el compartir escaleras, no soy hombre de “holas” y “buenas tardes”, el saludo fácil e hipócrita siempre me dio nauseas. Bueno, he dicho que no lo llevo bien, pero en realidad seria más justo decir que lo llevo fatal. En estos tres años no he cruzado palabra con nadie. Ni siquiera para hablar del tiempo, o para quejarme por alguna obra, o por lo caro de la comunidad. En tres años no he dicho esta boca es mía.

Solo es cuestión de sincronizar los relojes. La ventana es mi fuente de información; sé a que hora salen, y a que hora vuelven, el día del cobro del panadero, cuando viene la limpiadora y el mes que toca la revisión de ascensor.
Todo es monótono, ellos no se dan cuenta porque no se miran desde afuera, pero siempre repiten los mismos movimientos a las mismas horas, son actores de una función que vuelven una y otra vez a representar.

Hoy casi me pillan, la hija del matrimonio de enfrente, al parecer, se cayó. Tuvieron que ir al hospital y volvieron una hora y media después de la normal. Por la mirilla pude ver su brazo de escayola. Así que justo estaba pisando el primer escalón cuando sentí la puerta principal abrirse y sus ruidosas voces al fondo. Tampoco ellos me han visto nunca.


Pero no siempre este edificio sombrío y triste fue así. Ni siquiera yo siempre fui así . Tal vez no supimos aprender o no supieron educarnos para disfrutar plenamente de una etapa de la vida (esa que algunos insensatos llaman vejez o jubilación) donde todo está por hacer, una etapa de la vida donde es posible hacer cada día planes, comenzar nuevos proyectos, disfrutar de una sabiduría que solo la poseemos quienes vivimos intensamente durante años. Por eso hoy he decidido dejar de interiorizar mis pensamientos, he decidido compartir mis sentimientos, he decidido sacar todo lo positivo de mi ; y sobre todo he decidido VIVIR.


Pero no antes sin tomarme un whisky solo con hielo. He decidido vivir, pero sin una gota de alcohol en el cuerpo, a las diez de la mañana, no soy persona.
Enciendo un cigarrillo y doy vueltas por el piso buscando alguna botella que no este totalmente vacía, cuando oigo que llaman a la puerta. ¿Quien puede ser? Intento no hacer nada de ruido y esperar a que se marchen, aunque se me pasa por la cabeza ir a abrir.

!No!. Me falta el jodido whisky en las venas.

Con el cuerpo rígido, sin hacer ningún ruido, como un ladrón dando un palo en un piso,comienzo a andar de puntillas hacía la cocina cuando oigo el ruido de una carta entrar bajo la puerta.
Me quedo inmovil. Pensativo. De pie en aquel salón mirando el sobre.
Un trozo de ceniza del cigarrillo cae en uno de mis dedos del pie izquierdo, que andan desnudos por aquel paisaje de periódicos viejos, revistas del Playboy y libros de poesía.Vuelvo a mirar la carta que yace tendidda en el suelo y me dirijo a cogerla.

No tenía remitente. Si estaba mi nombre con letra torpes y mayúsculas. Al agacharme he descubierto una botella de Johnny Walker dentro del oxidado paraguero. !Bingo!. Me tiro en el sofá después de un largo trago, mientras la carta se pasea por mis dedos que se niegan a abrirla.

Recuerdo entonces un pequeño librito con título ensordecedor: Guerra del tiempo. La compilación de tres relatos de Carpentier, el primero de los cuales se llamaba Viaje a la semilla.
Ese fue el primer libro que leí al llegar a esta casa. Y esta carta es la primera correspondencia. Dónde he vivido mi soledad sin cruzarme con ninguna buena compañía. Seguro que con el paso de los años, podrá parecer una decisión mundana, fácil, lógica incluso, dependiente de la muerte de la persona querida con quien compartí la vida. Pero como sucede tantas veces sin apercibirnos de ello, la causa no es sino la consecuencia.

Respiro hondo, muy hondo, mis costillas crujen como un galeón en su último viaje.

Enciendo la lámpara y acerco mis ojos de lombriz al folio, este dice:

"Estimado Sr. Aureliano.

Dudo de cómo voy a contarle este vericueto que empezó tantos años antes, y lo único que recuerdo con certeza es un ruido y una mirada. El ruido metálico de las dos hojas de la verja cerrándose para siempre. Y la mirada que usted no volvió, Aureliano, al cerrarla...


Entonces mi memoria empezó otra vez a funcionar, todo en mi mente se desarrollaba clara y nítidamente como una película.

Esa verja ese ruido, la última vez que estuve en mi anterior casa, cuando después de recoger las cuatro cosas perdonadas al tiempo me senté un momento. Mas el último intento de repasar si olvidaba algo importante, mientras respiraba ese aire opaco y herrumbroso que los poetas llaman, equivocadamente, nostalgia. Y como quiera que desviaron mi atención las desconchaduras del pozo y la última flor roja de los seis geranios que coronaban su brocal, me pareció que todo estaba hecho. Moví el cactus hacia el centro de la mesa y lo dejé todo a mi espalda mientras me dirigía hacia esta ciudad pensando en aparcar antes de la hora punta.

Bien parece que el caldo hace de las suyas, pasé de pensar en vivir, a leer una anónima misiva, y a sumergirme en un lejano recuerdo.

La carta continuaba...

“Por fin le tengo cerca, necesito cruzarme con usted, tengo necesidad de ser valiente. Le espero mañana en el banco del parque de enfrente."

Enciendo otro cigarrillo y coloco "House of the Rising Sun" en el viejo radiocasete que tantas noches me ha acompañado.¿Quién puede ser?,¿quién demonios puede querer verme?.
Me dirijo a la cocina a por un vaso de agua para aplacar un comienzo de ardor en el estómago que comienza a subir por la garganta fruto de la excitación y el Johnny Walker.¿Cuando coño se me ocurrió comprar Johnny Walker?. Llevo años bebiendo y nunca me ha gustado esta marca.
Creo que lo mejor será que salga a la calle y que me de un poco el frio de la mañana.Las horas hasta la cita se van a convertir en un comedero de cabeza tremendo y aquí en el piso solo puedo terminar volviendome loco. Si. Creo que eso es lo mejor.
Después de acicalarme la cara en el espejo del baño con tan solo una mirada,apago el radiocasette, cojo la cartera ,las llaves de casa y salgo al portal del piso con andares dubitativos.
Sigo pensativo y extrañado por el tema de la carta.De pronto me viene a la cabeza la imágen de Rocio.Comienzan a temblarme las piernas. No, no puede ser ella. ¿o si?. Del fondo de mi corazón nace un ojalá que expulso al aire junto con un suspiro.
Aún tengo las llaves de casa en las manos, aún estoy pisando la entrada de mi portal cuando abatido por un ataque de temores y dudas vuelvo a abrir la puerta y a entrar.


Parece que nadie está saliendo en este momento de su casa, pero agudizando el oído puedo notar un picaporte abriendo, alguien está saliendo, siento pánico, me pueden ver, puedo cruzarme con algún vecino.

El ascensor empieza a subir, alguien arriba acaba de apretar el botón de la llamada, se oye la puerta y ésta se cierra, ya está bajando, ahora o nunca. Me lanzo a la carrera y empiezo a subir apresuradamente al primer piso, noto el ascensor detrás de la pared mientras baja, mi imaginación actúa como los ojos de un Supermán somatizado que puede ver detrás del muro; los rostros, las bocas, las ropas de esos vecinos que están dentro del ascensor, incluso imagino sus voces, su conversación, ya no sé si es imaginación o si realmente puedo escuchar lo que dicen.

Con cuidado, para que no se note mi presencia, cierro la puerta y, como de costumbre, pego mi ojo a la mirilla para vigilar si alguien pudo verme. El descansillo está desierto.

He vuelto por algo, pero ahora no lo recuerdo, hace un momento tuve un resplandor, una intuición palpable.

La carta y el recuerdo, los dos llegaron juntos. El mensaje con la cita, la memoria al pequeño libro. Uno de los escasos objetos que rescaté de mi vida anterior. Puede que en esta relación, esté la luz que me devuelva el sosiego. ¿Dónde está ese libro, donde lo puse?. No está en mi dormitorio, tampoco en el baño. Recorro el piso revolviendo el desorden, azuzando pelusas y calcetines, llegando a tentar mis enemigas lumbalgias.

Y por fin, en un rincón del sofá estaba el libro buscado, junto a otro, solos aparte del desorden, en un espacio claro y limpio del asiento.
“Guerra del tiempo”, y el compañero de pastas gastadas e ilegible título.

Aureliano pasó sus manos huesudas por los lomos, buscaba una pista, miraba sin saber que buscaba, pero esa era su intuición, ese era el camino que le dictaba su mente y sus ardores y tenía que seguir.

Varias de las páginas del segundo libro tenían sus esquinas dobladas, abrió la primera y, dentro de ésta, halló una línea marcada fuerte a tinta negra. No entendía por qué esa frase estaba subrayada. Ni por qué en muchas de las páginas aparecían anotadas las fechas de sus lecturas. Conforme fue avanzando en la lectura cayó en la cuenta de una especie de orden caótico. Muchas, no todas, de las frases o párrafos que estaban subrayados le parecían poco relevantes. Otros muchos que no tenían ninguna marca se advertían ahora como ineludibles. Y había, estos sí casi todos, subrayados que eran más cortos o más largos de lo preciso. - Quizás no leí con atención este texto, conjeturó. Pero se trataba de “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?”, un libro que releyó cíclicamente desde que se publicara en español, hace más de veinte años, y uno de los que formaba ese coro de páginas que constituían su cielo personal (porque si el infierno son los demás según Sartre, el cielo eran sus libros según él).

“Paradójicamente, los oficiales sanitarios se equivocaban aunque estuvieran sobre el buen camino, mientras que el cura Antonio Bontadi tenía razón aunque fuera por camino errado”. Ésta era la frase subrayada en la página 131. Capicúa. Leída dos días después de enterrar a su esposa, parecía una broma macabra.


Leyó y releyó la citada frase, no supo luego cuantas veces, ni el horario. No tuvo hambre, ni otros motivos que reparar, solo leyó y releyó atascado en la niebla de las letras hasta casi el final del libro.

Cuando despertó, en la madrugada silenciosa, se halló a sí mismo perdido, desorientado, dudando de la carta, del libro, de la cita, pero al ver sus dedos dentro de las últimas hojas, y el libro casi consumido, no decidió otra cosa que seguir con su lectura.

Y allí en la última pagina, rozó al tacto una postal olvidada que resbaló hasta el piso con las maneras de una mariposa lastimada. Bajó los ojos, su corazón apretaba sus pulmones, al hígado, a la tráquea, y al recogerla y ver la foto de un pueblo blanco sobre trigales, rescató un viejo recuerdo de antaño, de esos recuerdos latentes que solo vuelven si se les provocan, y se vio, cuando joven, antes de emigrar a Barcelona, viviendo sus mejores años en su pueblo andaluz de la niñez.

La postal era de Rocío, cuando cortadas las alas del primer amor continuó éste dando espasmos imposibles.

Recordó los paseos por la calle del cine hablando nervioso. Los domingos de romería en la alameda de eucaliptos. Los primeros besos en la plaza de los enamorados. Aquellas tardes de primavera, tras las tuyas, entregados a la pasión de la saliva.

La recordó, casi niña, cuando un día, sin despedidas, dejaron todo pendiente por las razones de los adultos. Separados, para siempre, mientras partía en el viajero de Sevilla.

Ya no supo distinguir entre sueños, recuerdos, dormido o en vigilia, el resto de la madrugada fue sonámbulo leyendo de aquí y allá, trozos de historias en primera persona, como si los libros siempre hablaran de él. Como si todo lo escrito contara cosas de su pasado.


Después de afeitarse y tomar un café muy negro y sin azúcar, se puso el traje azul muy oscuro y una de sus corbatas. Miró por la mirilla, no encontró a nadie, abrió sigiloso y fue pisando cada uno de los peldaños, más pendiente del oído que de la propia escalera. Pensó que seguía teniendo suerte, pues no se había cruzado con nadie, y salió a la calle donde un sol de mayo tardío comenzaba a calentar los ventanales.

Anduvo a pasos lentos en dirección al lugar de la cita, mientras su mente recuperaba la cara y los gestos de Rocío. Cruzó la avenida y se plantó en un lateral del parque. Al fondo, sola en uno de los bancos, halló una mujer con traje rojo, se fue acercando, pero siempre ocultándose tras los columpios, los troncos, la fuente. Cuando estuvo casi al lado, la miró con detenimiento encontrando los ojos de aquel amor, los cuerpos eran otros, las miradas las mismas.

En la distancia, los dos temblando, ella se levantó. Ambos, con las miradas fijas, clavadas en los ojos, se fueron acercando muy lentamente. Cuando estuvieron tan cerca que podían tocares sonrieron, y mientras a ella le rodó una lágrima por el rostro, él aguantó impasible, aunque dentro las emociones le emborrachaban de desazón y felicidad.

No se dijeron ni una palabra, solo se dieron la mano, salieron del parque, cruzaron la avenida, abrieron el portal, donde dos vecinos del edificio hablaban, dieron los buenos días, subieron las escaleras sin importarles ninguna cosa, y entraron en la vivienda donde se amaron con la intensidad de las primeras veces.

FIN.

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10 comentarios:

Blogger palabramiga ha dicho...

Pero no siempre este edificio sombrío y triste fue así. Ni siquiera yo siempre fui así . Tal vez no supimos aprender o no supieron educarnos para disfrutar plenamente de una etapa de la vida (esa que algunos insensatos llaman vejez o jubilación) donde todo está por hacer, una etapa de la vida donde es posible hacer cada día planes, comenzar nuevos proyectos, disfrutar de una sabiduría que solo la poseemos quienes vivimos intensamente durante años. Por eso hoy he decidido dejar de interiorizar mis pensamientos, he decidido compartir mis sentimientos, he decidido sacar todo lo positivo de mi ; y sobre todo he decidido VIVIR.

7 de mayo de 2008, 14:07  
Blogger José Manuel Martínez Limia ha dicho...

Recordé entonces un pequeño librito con título ensordecedor: Guerra del tiempo. La compilación de tres relatos de Carpentier, el primero de los cuales se llamaba Viaje a la semilla.

Ahora no sólo iba a cambiar de casa. Contado en buena compañía, con el paso de los años, podía parecer una decisión mundana, fácil, lógica incluso, dependiente de la muerte de la persona querida con quien compartió vida. Pero como sucede tantas veces sin apercibirnos de ello, la causa no era sino la consecuencia.

Dudo de cómo voy a contarles este vericueto que empezó tantos años antes, y lo único que recuerdo con certeza es un ruido y una mirada. El ruido metálico de las dos hojas de la verja cerrándose para siempre. Y la mirada que no volvió Aureliano al cerrarla.

Se había sentado un momento, mas en un intento de repasar por si olvidaba algo importante que a respirar ese aire opaco y herrumbroso que los poetas llaman, equivocadamente, nostalgia. Y como quiera que desviaron su atención las desconchaduras del pozo y la última flor roja de los seis geranios que coronaban su brocal, le pareció que todo estaba hecho. Movió el cactus hacia el centro de la mesa y se dirigió hacia la ciudad pensando en aparcar antes de la hora punta.

7 de mayo de 2008, 16:16  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Pero no antes sin tomarme un whisky solo con hielo. He decidido vivir, pero sin una gota de alcohol en el cuerpo, a las diez de la mañana no soy persona.
Enciendo un cigarrillo y doy vueltas por el piso buscando alguna botella que no este totalmente vacia, cuando oigo que llaman a la puerta. ¿Quien puede ser? Intento de no hacer nada de ruido y esperar a que se marchen, aunque se me pasa por la cabeza ir a abrir.
No. Me falta el jodido whisky en las venas.
Con el cuerpo rígido sin hacer ningún ruido como un ladrón dando un palo en un piso,comienzo a andar de puntillas hacía la cocina cuando oigo el ruido de una carta entrar bajo la puerta.
Me quedo inmovil. Pensativo. De pie en aquel salón mirando el sobre.
Un trozo de ceniza del cigarrillo cae en uno de mis dedos del pie izquierdo, que andan desnudos por aquel paisaje de periódicos viejos, revistas del Playboy y libros de poesía.Vuelvo a mirar la carta que yace tendidda en el suelo y me dirijo a cogerla.

7 de mayo de 2008, 16:25  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Gracias por vuestros comentarios, os pido también disculpas porque tengo que modificarlos un poco para que enlacen unos con otros.

Espero que no os importe, sobre todo Limia, pues el tuyo me ha costado un huevo acoplarlo, y a mi pesar he tenido que cambiar tiempos verbales e incluir algunas palabras nuevas, espero, como digo, que el resultado no os desagrade y sobre todo no os moleste.

Saludos y como si estuvierais en vuesta casa se puede repetir.

8 de mayo de 2008, 0:21  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Enciendo otro cigarrillo y coloco "House of the Rising Sun" en el viejo radiocasete que tantas noches me ha acompañado.¿Quién puede ser?,¿quién demonios puede querer verme?.
Me dirijo a la cocina a por un vaso de agua para aplacar un comienzo de ardor en el estómago que comienza a subir por la garganta fruto de la excitación y el Johnny Walker.¿Cuando coño se me ocurrió comprar Johnny Walker?. Llevo años bebiendo y nunca me ha gustado esta marca.
Creo que lo mejor será que salga a la calle y que me de un poco el frio de la mañana.Las horas hasta la cita se van a convertir en un comedero de cabeza tremendo y aquí en el piso solo puedo terminar volviendome loco. Si. Creo que eso es lo mejor.
Después de acicalarme la cara en el espejo del baño con tan solo una mirada,apago el radiocasette, cojo la cartera ,las llaves de casa y
salgo al portal del piso con andares dubitativos.
Sigo pensativo y extrañado por el tema de la carta.De pronto me viene a la cabeza la imágen de Rocio.Comienzan a temblarme las piernas. No, no puede ser ella. ¿o si?. Del fondo de mi corazón nace un ojalá que expulso al aire junto con un suspiro.
Aún tengo las llaves de casa en las manos, aún estoy pisando la entrada de mi portal cuando abatido por un ataque de temores y dudas vuelvo a abrir la puerta y a entrar.

8 de mayo de 2008, 16:43  
Blogger José Manuel Martínez Limia ha dicho...

No me extraña que te haya costado acoplarlo, estaba pensado como un salto atrás independiente. Aquí llevas otro.


No entendía por qué esa frase estaba subrayada. Conforme fue avanzando en la lectura cayó en la cuenta de una especie de orden caótico. Muchas, no todas, de las frases o párrafos que estaban subrayados le parecían poco relevantes. Otros muchos que no tenían ninguna marca se advertían ahora como ineludibles. Y había, estos sí casi todos, subrayados que eran más cortos o más largos de lo preciso. - Quizás no leí con atención este texto, conjeturó. Pero se trataba de “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?”, un libro que releyó cíclicamente desde que se publicara en español, hace más de veinte años, y uno de los que formaba ese coro de páginas que constituían su cielo personal (porque si el infierno son los demás según Sartre, el cielo eran sus libros según él).
“Paradójicamente, los oficiales sanitarios se equivocaban aunque estuvieran sobre el buen camino, mientras que el cura Antonio Bontadi tenía razón aunque fuera por camino errado”. Ésta era la frase subrayada en la página 131. Capicúa. Leída dos días después de enterrar a su esposa, parecía una broma macabra.

8 de mayo de 2008, 20:31  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Limia, si te tuviera cerca te diría cariñosamente alguna palabra malsonante. Son las 23.45.

Hoy tengo las neuronas chamuscadas, y encima me pones este texto que como no me tome un Johnny Walker, no se como cojones lo meto en el cuento.

De todas formas los retos hacen crecer a los retados, y así me lo tomo.

Ya te la devolveré algún día.

Saludos con cariño y rintintin.

8 de mayo de 2008, 23:45  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Leyó y releyó la citada frase, no supo luego cuantas veces, ni el horario. No tuvo hambre, ni otros motivos que reparar, solo leyó y releyó atascado en la niebla de las letras hasta casi el final del libro.

Cuando despertó, en la madrugada silenciosa, se halló a sí mismo perdido, desorientado, dudando de la carta, del libro, de la cita, pero al ver sus dedos dentro de las últimas hojas, y el libro casi consumido, no decidió otra cosa que seguir con su lectura.

Y allí en la última pagina, rozó al tacto una postal olvidada que resbaló hasta el piso con las maneras de una mariposa lastimada. Bajó los ojos, su corazón apretaba sus pulmones, al hígado, a la tráquea, y al recogerla y ver la foto de un pueblo blanco sobre trigales, rescató un viejo recuerdo de antaño, de esos recuerdos latentes que solo vuelven si se les provocan, y se vio, cuando joven, antes de emigrar a Barcelona, viviendo sus mejores años en su pueblo andaluz de la niñez.

La postal era de Rocío, cuando cortadas las alas del primer amor continuó éste dando espasmos imposibles.

Recordó los paseos por la calle del cine hablando nervioso. Los domingos de romería en la alameda de eucaliptos. Los primeros besos en la plaza de los enamorados. Aquellas tardes de primavera, tras las tuyas, entregados a la pasión de la saliva.

La recordó, casi niña, cuando un día, sin despedidas, dejaron todo pendiente por las razones de los adultos. Separados, para siempre, mientras partía en el viajero de Sevilla.

Ya no supo distinguir entre sueños, recuerdos, dormido o en vigilia, el resto de la madrugada fue sonámbulo leyendo de aquí y allá, trozos de historias en primera persona, como si los libros siempre hablaran de él. Como si todo lo escrito contara cosas de su pasado.


Después de afeitarse y tomar un café muy negro y sin azúcar, se puso el traje azul muy oscuro y una de sus corbatas. Miró por la mirilla, no encontró a nadie, abrió sigiloso y fue pisando cada uno de los peldaños, más pendiente del oído que de la propia escalera. Pensó que seguía teniendo suerte, pues no se había cruzado con nadie, y salió a la calle donde un sol de mayo tardío comenzaba a calentar los ventanales.

Anduvo a pasos lentos en dirección al lugar de la cita, mientras su mente recuperaba la cara y los gestos de Rocío. Cruzó la avenida y se plantó en un lateral del parque. Al fondo, sola en uno de los bancos, halló una mujer con traje rojo, se fue acercando, pero siempre ocultándose tras los columpios, los troncos, la fuente. Cuando estuvo casi al lado, la miró con detenimiento encontrando los ojos de aquel amor, los cuerpos eran otros, las miradas las mismas.

En la distancia, los dos temblando, ella se levantó. Ambos, con las miradas fijas, clavadas en los ojos, se fueron acercando muy lentamente. Cuando estuvieron tan cerca que podían tocares sonrieron, y mientras a ella le rodó una lágrima por el rostro, él aguantó impasible, aunque dentro las emociones le emborrachaban de desazón y felicidad.

No se dijeron ni una palabra, solo se dieron la mano, salieron del parque, cruzaron la avenida, abrieron el portal, donde dos vecinos del edificio hablaban, dieron los buenos días, subieron las escaleras sin importarles ninguna cosa, y entraron en la vivienda donde se amaron con la intensidad de las primeras veces.

11 de mayo de 2008, 23:35  
Blogger francisco romero ha dicho...

Aureliano, sinceramente le digo que me parece impresionante la historia que habeís creado, es maravillosa. Incluso le digo que no me importaría ser algún día el personaje de la historia. Coincidimos en varias cosas. Aunque a mi el Johnny Walker si me gusta, whisky favorito. Gracias a todos por hacernos disfrutar de la lectura. Un saludo.

12 de mayo de 2008, 10:27  
Blogger Felipe Marín Álvarez ha dicho...

Romero me alegro que te guste.
Es bueno saber que lo has leido, que gente como tú, lo ha leido.

He disfrutado muchísimo escribiendo y con las intervenciones de Palabraamiga, Limia y J.I. Más aun.

Todos fuimos libres de llevar al personaje donde quisimos, y al final llega al mejor de los destinos, la felicidad.

Doy las gracias a todos los autores, y espero poder contar con vuestra ayuda una próxima vez.

Un abrazo.
Aureliano Buendía.

Pdta: Romero, la próxima vez tuteame, por favor.

12 de mayo de 2008, 14:36  

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