Sin comentarios.
Por la plaza de abastos, hace años,fui el paquete de una vieja bicicleta blanca. Era la única forma de poder montarme en una, ni tenía bici, ni sabía manejarlas. Llegaba, desde mi barrio, con el culo frito por los adoquines. Era entrar en la plaza de abastos y notar su acogedor recibimiento, tan suavita, tan llana, con su suelo de hexágonos grises.
Otras veces mi madre me llevaba, de la mano entre los tenderetes, para comprar esos zapatos nuevos que sustituían los que se quedaron chicos, en aquella dulce época en que los cuerpos cambian a mejor. Y entraba en la sombra de los puestos, con sus techos de plásticos de colores, como perdido, inmerso en una especie de alucinación, entremezclado entre el gentío, el aire cargado, olores distintos, algunos de humanos, otros mezcla de aromas aceitunados, de cueros "made in china", el olor a nuevo de las cosas por estrenar.
Alguna vez vi los grandes bancos de granito desmontados en el suelo. Los quintos habían estado haciendo de las suyas. Luego los volvían a colocar.
En otra ocasión, una tarde de verano, me sirvió una fresca cerveza y un chipirón en salsa, en las mesas de La Cueva, nuestro vecino apodado Portu, que hace años se marchó con una moto directo al cielo, si es que existe.
Hoy pasé por allí, por la plaza de abastos, y sin comentarios.
A. Buendía.
Etiquetas: Plaza de abastos
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