domingo, mayo 30, 2010

Bajo tierra

La pitonisa miraba las palmas de las manos de Juncia con asombro; aquellas líneas se empeñaban en ocultar el porvenir. Veía una maraña de arrugas cambiantes y sombras esquivas. La gitana, con el semblante abrumado, abrió la boca, miró a los ojos de Juncia y dijo:

- Conocerás al amor de tu vida bajo tierra.

Juncia Rosada, arrepentida, profundamente arrepentida por la osadía de haber entrado en aquel antro, pensando en Dios, en Jonás y en la ballena que se tragó a éste, salió corriendo sin decir nada más y sin mirar atrás. -¿Quién me mandaría a mí entrar ahí? - Pensó. -Pero ahora ya es tarde. Esto no se lo debo contar a nadie y además tengo que olvidarlo lo antes posible. Sí eso; voy a olvidarlo-. Pero el olvido puede quebrar las pequeñas flores que se arrancan, se secan y se las lleva el aire. Puede con las briznas finas, con las hojas caídas, pero no puede con todo; hay reconcomes que tienen garras, que se pegan a las personas hasta volverse parte de quién los tiene, y allí las raíces del olvido no crecen, ni encuentra siquiera un resquicio donde adherirse.

Y por eso fue que Juncia Rosada, después de aquello, no dejó ni un sólo día de pensar que aquél era su castigo; el castigo de su curiosidad, por buscar en la clarividencia lo que debiera haber ocurrido por sí sólo. Juncia reconoció en su soledad su penitencia, y aquella frase categórica: “... el amor de tu vida bajo tierra.” Le sonaba a todas horas, todos los días, por los rincones más recónditos de su alma.


Porque no tendría en este mundo amor posible, ni galán que se le acercara. Nadie le pediría paseo por la vereda, ni hombre alguno le llamaría por su ventana. Nadie le mandaría cartas ni le hablaría al oído. No tendría nunca nadie que la besara.

Con los años aquella obsesión se le fue volviendo insoportable; por las noches siempre soñaba lo mismo; con
flores secas que en vez de crecer hacía el cielo se torcían para la tierra, hasta que se hundían y se enterraban en el suelo, buscando un amor, imposible y subterráneo.

Continuará.

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miércoles, mayo 26, 2010

Como Jonás


Las manos de Juncia Rosada no eran como las de los demás; las líneas de sus palmas jugaban con el abecedario, con las figuras, con los objetos -como las nubes-, ya lo dije. Garabatos sin ningún orden ni concierto tenían en su piel la noche de mayo en que decidió entrar en el cuartucho dónde una pitonisa gitana ofrecía la lectura del futuro por tan sólo la voluntad. “Pasen y conozcan el porvenir y el por pasar” colgaba en una tabla sobre una cortina raída de mil colores.

Dentro una mujer, arrugada y seca, de pelo largo; negro y brillante, cubierta con una túnica púrpura adornada con cientos de pequeños espejuelos, hacia con las naipes un solitario eterno sobre un diminuta mesa de camilla.

- ¿Quieres que te hable del mañana, señorita?- Dijo la gitana sin apartar la vista de sus cartas.
- ¿Qué vale?- Preguntó Juncia.
- La voluntad, mi niña. La voluntad.

Entonces Juncia soltó las únicas tres monedas que llevaba encima, en un pequeño aguamanil que encontró a su derecha. Las monedas sonaron ruidosas mientras la gitana agudizaba el oido; como si pudiera, por la música de aquellos metales, adivinar el importe exacto del recaudo.

- No quiero que me eche las cartas, señora; no creo en ellas. Quiero que me lea las manos. Imagino que algo podrá ver.

La gitana la miró con ojos dolidos por la afrenta, y empezó a hablar muy bajito, siempre, sin levantar la mirada de los naipes:

- Las cartas no mienten nunca, mi niña; en ellas se ve el futuro; todo está escrito en la cartas; lo que va ha pasar y lo que nunca debiera. Pero en las manos... en ellas sólo se puede ver el amor. Las manos, mi niña, son cosas de amantes. Las manos son animales para el deseo y siempre tienen hambre; de dinero, de comida, de otros cuerpos... El amor a las cosas está en las manos, eso del corazón es un invento de los cursis. Dame tus manos, mi niña, a ver qué cosas quieren.

Mientras la gitana decía aquello no había parado ni un momento de poner cartas sobre la mesa, ahora cubrían toda la superficie en un mosaico de copas, espadas, reyes gordos, caballos flacos y sotas enlutadas.

Juncia le dio las manos a la pitonisa; se las entregó despacio, como si fueran mariposas para coserle las alas, mientras, no podía dejar de pensar en la historia del pobre Jonás, cuando fue castigado por la ira de Dios, y cuando se llevó tres días en el vientre de una ballena.

Juncia se sentía en ese momento como Jonás, pues al entrar en aquel cuarto, al poner sus manos sobre las cartas, estaba, si duda, contraviniendo la voluntad de Dios, que es el amo supremo del futuro -según su párroco-, y exponiéndose, como Jonás, al castigo del que todo lo ve.

Los remordimientos son la implacable justicia de quién los merece, que con ellos pierde, para siempre, cualquier posibilidad de redimirse.







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domingo, mayo 23, 2010

Juncia Rosada


Lo que para cualquiera pudiera ser un fenómeno extraordinario para Juncia Rosada era algo de lo más cotidiano y natural. Para ella era como el cielo; que unas veces se llena de nubes que forman seres y objetos; o como el vaho de los cristales que aparece y desaparece mostrando rastros y formas; o como los remolinos de la hojarasca que van de un lado a otro sin otro sentido que el del aire. Porque desde muy pequeña a Juncia Rosada se le advirtió algo distinto en las palmas de sus manos, aunque nadie, ni siquiera su familia, le dio ninguna importancia.

El asunto se trataba del dibujo de sus manos, que si todos traemos escritas en las palmas la letra “M”; señal evidente de nuestra condición mortal, en Juncia esto no era siempre así; la mayoría de los días tenía también la “M” pero, a veces, esas letras cambiaban y mostraban la “R”, la “T” o incluso, en ocasiones, las líneas de sus manos no representaban nada concreto, y las arrugas se dibujaban en garabatos ilegibles, sin control ni orden, obras sin duda del antojo caprichoso de no sabemos que fuerzas.

La última semana de mayo aparecían por el pueblo los carromatos; no faltaban a la cita cada año. En menos que cantaba un gallo tomaban la plaza con sus cachivaches, sus puestos, sus animales mustios. Eran las fiestas de la patrona, y el pueblo limpio y encalado acogía a toda suerte de tratantes, truhanes, escuniteros, buscavidas...

Juncia recordaba, cuando aparecían, la contestación que le diera hace años su padre, siendo sólo una niña, cuando ella le preguntó: “¿Padre, ganarán dinero esta gente en un pueblo tan pequeño?” Y la contestación de su padre: “ Juncia, no te preguntes si ganan, pregúntate si vuelven”


Continuará....

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miércoles, mayo 19, 2010

Desprecio despreciable


Morir de desamor es complicado. Morir por amor imposible.

Hace unos días me dijo mi hija que un niño le pegó una patada en el colegio. Sorprendido le pregunté por qué y élla me contestó que fue porque en el recreo encontró un balón suelto, se acercó y empezó a darle, con el pié, golpecitos. Entonces un niño de su misma edad llegó corriendo enfadado, al parecer la pelota se les había escapado a un grupo que jugaba al fútbol. Dice mi hija que este niño, sin mediar palabra, le dio una fuerte patada, por haber tocado la pelota sin permiso.

¡Mi hija y aquel niño no tienen más de ocho años! ¡Ocho años! ¡Ocho preciosos años! Y ese crío lleva ya dentro de sí la violencia. Es como la película del Alien que se metía dentro de los cuerpos de los astronautas, que se propagaba de unos a otros, que los parasitaban y que, de buenas a primeras, aparecía para matar.

Algo le puso el huevo dentro a ese niño, y ese huevo seguirá creciendo desde dentro, rumiando el alma del que ahora es un inocente. Cuando sea un hombre, si nada lo remedia, el Alien puede que salga con fuerza a maltratar, quizá asesinará sin aparente razón, pues para matar razón nunca hubo ni nunca la habrá.

A veces, incomprensiblemente, el amor y la muerte parecen ir de la mano, cuando en realidad son aceite y agua. La muerte entonces se disfraza y aparenta lo que no es, y se enquista cancerosa y retorcida en el corazón del asesino; ese ser ruin, que por ahorrar calificativos, nunca debería haber nacido.

La violencia machista se nutre de la misma raíz de todas las violencias: el eterno enfrentamiento desigual del fuerte que da dolor y del débil que lo recibe. Lo que parece amor se descubre; se quita la careta, y se muestra tal cual es; sólo desprecio; enfermizo desprecio a la mujer, por ser mujer, por ser distinta.

Mal nacidos aquellos que os creéis los amos. Mal nacidos y mal criados.
Mal crecidos y mal llamados; mal nombrados, mal queridos y mal amados.

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martes, mayo 11, 2010

Malos tiempos


Malos tiempos para dejarlo...

Hay unas salchichas pudriéndose en el frigorífico y cuatro yogures, sabor a fresa, pasándose de rosca.


Un “ilegal”, sin nombre, se cae en Motril de los bajos de un camión y muere. La sangre ha dejado un reguero rojo verdoso. Sangre ignota que casi ni existe; sólo es una mancha de niebla que el servicio de limpiezas de MOP se aplica en desdibujar; no la borran, no pueden; sólo la enredan; porque no quiere irse; está abrazada a la graba, a las grietas del alquitrán indolente.

Malos tiempos para creerse los cuentos de la buena pipa. Hay cuatro gatos pequeños en mi portal que no son de nadie ni nadie los toca, y son tan tiernos... Mis perros por las noches sueñan con comérselos vivos; se les hace la boca agua, se dan la vuelta en el capacho relamiéndose.

Un agente de bolsa hoy se hizo rico y vuelva a casa, donde nadie ni nada le espera, excepto la ruina de la soledad.

Un especulador, desde el ordenador, redacta la primicia económica que mañana será noticia; sabe el pollo como odiar a los perdedores y como sacarle punta a su mala “milk”.

Hay gente a las puertas de los que siempre llevan corbata, piden que no sean ellos, también los de siempre, los que paguen los platos rotos; platos que rompen los que están dentro.

Mierda de tiempos estos en los que veo un cartel de los Simpsons en la puerta del colegio de mis hijos -¡Joder; dibujitos, cultura para los críos que falta les hace!-.
Se ve en él una fila de personas en una oficina de desempleo. La fila está compuesta por un negro, un hispano, un moro, una gorda con burka y el último; un blanco. Hay también un niño que señala al blanco. Y arriba una pregunta: ¿adivinas quién será el último? Yo que no soy ni negro, ni moro, ni gorda con burka ni hispano –todo esto según se mire-, pues eso, que tengo derecho a ser el primero, porque he nacido aquí, en esta parte del mapa. Sin méritos, sin ganas, sin prisa, pero aquí rompió mi huevo y de cáscara blanca. ¿Habrá candidato más idóneo para la productividad de esta empresa? ¿Para qué mejor proceso de selección?: La raza, ésta no falla. Aprendan jefes de recursos humanos.

Malolientes tiempos en los que un concejal del PP de Badalona dice que los gitanos rumanos vienen a delinquir. Pero es tan fácil decir la frase, - y escribirla- ; ¿gitanos? ¿Rumanos?; Blanco y en botella. ¿Distinto sería, señor concejal del PP de Badalona, si vinieran a regalarle trajes de Armani? Pedazo de ...


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martes, mayo 04, 2010

Muy malito


La fiebre llega de golpe; ahora tan bien jugando, ahora sin ganas de nada en la cama y con treinta y nueve.

La madre toca con los labios la frente y rápidamente lo sabe: Fiebre.
La pequeña boca se ha tornado caldera y el cuerpo pide cama, almohada, el recogimiento del cuarto. ¿Cuándo se ha visto ese bichito acostado a pleno día?

La enfermedad no es para niños. No es justa. La enfermedad es lo contrario a la justicia; nadie se la merece, pero menos aún los pequeños. La fiebre se recrea en los niños. Parece como si los humanos viniéramos al mundo acusando una debilidad que luego se nos olvida; no podemos andar, no podemos comer sólido, no podemos vivir sin continuos cuidados durante muchos años y, además, solemos enfermar cada dos por tres.

El día se alarga desde el cuarto. Las luces van pasando por las cortinas dejando siluetas en las paredes; esta parece una flor, aquella un señor a caballo. Primero la luz clara de la mañana, luego amarilla y, al caer la tarde, anaranjada, suave y quejumbrosa. Por la noche el fiebrón, la fatiga, el baño templado, el punzante supositorio. No debería ser la fiebre asunto de niños.

Desde la cama, mientras las horas impasibles se olvidan del niño, los sonidos le arrastran por el eco de lo cotidiano. La música de la vida entra por todas partes y desde su fiebre puede, por los sonidos, saber del pulso de los sanos. Por la mañana; el panadero, el frutero, las mujeres barriendo las puertas, las vecinas charlando sobre las cosas de la compra y una radio a lo lejos... tu madre hablando con tu tía, el “chup – chup” de la olla exprés...

-¿Quieres algo? ¿Qué te apetece? ¿Quieres un zumo?

Bendita madre que ese día te trae jamón, ese día te trae pasteles, zumo, melocotones en almíbar. Bendita madre que te compra los manjares cuando menos te apetecen. Bueno, tampoco será sano comer jamón todos los días.

Luego tu padre llega, te da un beso y te toca la frente.
-¿Pero el niño está malo? ¡Eso va a ser otro estirón!

El niño quiere crecer pero le da rabia que tenga que ser a fuerzas de calamidades. Se mete en la cama resignado y oye el parte desde su exilio de sábanas. Escucha el hombre del tiempo, se entera que mañana hará sol -qué contrasentido-. Mañana la primavera rebosará por todas partes; será un día perfecto para estar al aire libre, ninguna nube podrá mañana arruinar los planes de nadie. El niño cree que el hombre del tiempo habla así porque no sabe que él está muy malito.

La tarde sigue y los demás niños, sanos y ruidosos, juegan en la calle; dan carreras, zapatazos por los adoquines. Algunas niñas cantan canciones al elástico; que si la fiesta de Blas, que si han puesto una mercería, que si en la calle ciento cuatro una vieja mató un gato con la punta de un zapato... Todos se olvidaron del niño enfermo. Pero no los sonidos que le llevan las imágenes de lo de fuera. Él no tiene ganas da nada; la fiebre viene subiendo, las manos y los pies se vuelven hielo, y empieza a dormir pesadillas enfermas, sueños que se pudren de tanta temperatura; luces negras, bolas grandes que suben y bajan, que lo aplastan todo. Una planta pequeña sin color, ¡qué puede morir! Todo son esferas de luces oscuras, todo hace daño. El niño cree que está viendo el fin total, un final que no le deja lugar a dudas. Es una pesadilla febril que mucho tiempo después, cuando el niño tenga barba y escriba por las noches en un blog, recordará.

Y por fin despierta desosegado pero aliviado por encontrarse con la realidad de su cama. Empapado en sudor, las sábanas hechas ciénagas; manglares del niño lastimero.

Es de noche, la calle está vacía y desde el televisor, entre cucharas tintineantes, llega la sintonía pegadiza de un concurso.

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