sábado, diciembre 31, 2011

Yo también me enamoré de ti




Yo también me enamoré de ti...
varias veces, además, en muchas de mis edades pasadas;
de joven, de mayor, de niño anciano...
desde muy temprano; en los años de mis primeros catecismos,
muchos años, muchas veces... enamorado de ti.

Seguro que lo supiste sentada en los escalones,
o ahí en la clase de al lado, pared con pared, frontero con tu pizarra;
o cuando nuestro colegio se soleaba entre nidos de vencejos,
¿te acuerdas?, las aves iban y venían de tus nidos a los míos,
y las salamanquesas grises; de mis ventanas a tus persianas.

Compartimos, amiga, muchas esperanzas...
sentados en las mismas sillas verdes
en aquellas asambleas del salón multiusos,
o cuando el campo, en bicicleta;
con aquel profesor bohemio de barbas negras.



Permíteme, amiga, una confesión a destiempo;
aunque sé que no pueda nada... hacerte nada,
que aquí lo digo y aquí lo escribo:
que varias veces me enamoré de ti...
Bueno, ya sabes; y de tantas otras,
pero contigo, por reincidente, era casi diferente;
una flor, una espina, un golpe que borraba otro.
¿Quién no tuvo alguna vez sus quince años?

Dolor dulce de ida y vuelta,
paréntesis breve del corazón imberbe,
y a los pocos meses, o a los pocos años;
el Instituto, y me volvías a tener en tus heridas
y te volvía a compartir, a sentir, a disfrutar;
volvía a caer en tus encantos morenos de niña lista y graciosa.



No sé si debería contarlo, lo mismo... a agua pasada...
bueno; ya lo dije... que me enamoré de ti.



Pero lo que digo; lo digo sabiendo que fueron muchos,
y las palabras sembradas son siempre bien nacidas,
y ya no son sólo mías, sino de aquél que las recoja;
porque tan fácil, facilísimo, ¡era quererte!;
así que hoy las escribo por otros muchos,
por todos los que te tuvieran una confesión pendiente:

Que me gustabas,
Que me encantabas:
en tu sonrisa de avispa,
en tu maraña de pecas,
en tu cuerpo menudo y asilvestrado,
en tu pelo brillante y moreno,
en tu voz valiente y caliente,
en tus ojos chisposos y graciosos;
los que se fugaban de la mirada.
¡Ay Niña, qué dos lunitas negras!

Que yo también anduve por aquellas calles,
muchos pasos, muchos umbrales, enamorado de ti,
poco trabajo costaba camino del campo de fútbol,
en la hora corta de la Gimnasia; o del bocadillo y la palmera...
Tú, ya mujer del todo, ¿y yo?... proyecto de hombre a medio hervir.
Tú, tan inteligente, tan piedra preciosa de aquel planeta;
¿Y yo?, con musarañas en los bolsillos.
Tú tan cruel, tú tan risueña, tú tan hembra.
¿Y yo?... yo sólo un niño.



Y sigo aquí, años después, amiga mía,
en un recuerdo, en una media sonrisa de terciopelo,
echando de menos lo que nunca tuve;
como quien nunca tuvo a su Dulcinea
más que por un amor intenso e imaginario.



Pero te tuve, claro que sí;
entre páginas de un libro de Biología,
entre láminas y rotrings por rellenar,
en aquella tarde, en aquel abril,
mientras miraba por mi ventana
un limonero de primavera.



Pensaba y pensaba...pensaba en ti,
porque, amiga mía...
como tantos otros, muchas veces...
yo, también, me enamoré de ti.









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domingo, diciembre 25, 2011

Navidad lastrada




Las Navidades eran las vacaciones, las primeras ciertas depués del verano. También cuando llegaba mi padre con un vale descuento, y nos poníamos contentos; en una de las esquinas de aquel papel que le daban en su empresa venía la silueta nítida de los reyes magos. Mi padre nos contaba la historia del portal de Belén. Luego, otro día, íbamos al “Ecorub” o a otras tiendas más pequeñas, con todas aquellas estanterías llenas de emociones; el Jeyperman, el fuerte de Comansy, los Clips, los Madelmanes... : “Un juguete por cabeza” nos decía. Era difícil decidirse, pero al final, después de un buen rato, justo un momento antes de que él se mosqueara, por fin uno cogía su caja y decía: “Este”. Y a partir de ese momento la caja y yo éramos una sola persona, totalmente inseparables. Esto ocurría antes de nochebuena, el día era lo de menos, lo que importaba eran los hechos y no las fechas. Y la carta, que marcaba el inicio de la Navidad.

Otra vez, ya más mayor, me pasé con un microscopio recién comprado por el colegio a recoger las notas. Las notas siempre eran buenas, no se me daba mal. Así que por las notas y por el microscopio cualquiera habría podido decir que mis madres tenían en casa un científico en ciernes. Luego el tiempo me puso en su justo sitio; un aprendiz en ciernes.

Después vino el salir y el entrar, los primeros Larios con cola, el Bacardi, el Rives y el Licor 43, las casas de Navidad, los rollos de los reservados, noches frías a la búsqueda de besos. Los disfraces con la pandilla en la cuesta. Los amigos y las amigas que luego duran una vida, esos, casi siempre, se hacen en la Navidad.

Más tarde, por amor y por desamor, se quedó todo atrás. Y, sobre todo, porque el niño ya solo es niño por dentro; y ni juguetes, y ni petardos, y ni aventuras sobre un sofá de escay... un buen día aquello desaparece y la Navidad va renqueando, y año a año se va cargando –lastrando- de recuerdos. Esos recuerdos son en sí la Navidad de ahora; el presente es un momento fugaz, tan corto... quizá mejor así; mucha parsimonia y escaso contenido. La Navidad de ahora sale demasiado en televisión.








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jueves, diciembre 15, 2011

De Gerena, escandalos y bellezones

El mayor de los pecados es el hurto, y el hurto de la verdad; la mentira, es una forma clara de robo.

Sisar; qué nos gusta este verbo en primera persona.

No está bien hurtar, tampoco a los depositarios de la custodia de los lugares sagrados. Es su voluntad decir qué se puede hacer, y qué no se puede hacer en estos sitios. Para eso son los que los cuidan.

Qué bellos son los lugares sagrados, y cuántos de ellos hay. El mundo entero está lleno de lugares mágicos. Un lugar sagrado en mi opinión es cualquier espacio donde el ser humano puede entablar un contacto con lo espiritual, con lo irreal, con lo inmaterial; salirse de sí mismo. Desde que el homo sapiens pintaba en sus cuevas animales espirituales, hasta los impresionantes templos megalíticos alineados con los solsticios, pasando por las pirámides, las mezquitas, las sinagogas, las iglesias, las ermitas... Cualquiera de estos sitios es un lugar sagrado. Algunos miran un cielo estrellado desde el Monte Borracho y piensan: este lugar es sagrado.

Todo esto lo digo porque para unos y para otros el criterio cambia, e incluso muchos otros sienten que no hay nada más sagrado que el cuerpo de una mujer. Mismamente Dios fabricó su hijo dentro del cuerpo de una. Todos hemos nacido de una. ¿Habrá algo más sagrado que una hembra? Y si esa mujer es bella, andaluza, bien plantada, pues encima de ser un cuerpo sagrado, ¿quién no dice que es bendito?

Pero eso sí; no se debe hurtar. Así que entiendo quien se sienta utilizado. Lo que no puedo entender es de quien se escandalice. ¿Escandalizarse por esto? ¿Quién no ha visto, disfrutado, imaginado, aquello que tapan las telas? Fuera las telas; al diablo con los burkas; en pelotas seremos todos más humanos, más iguales, más hermanos.

Yo me escandalizo de las mujeres tapadas, las que solo enseñan los ojos; de las niñas que se venden a los turistas del sexo. Me escandalizo de la mujer esclavizada, de la que es corroída por el ácido, de aquella que tiene mutilada su más íntima esencia. Me escandalizo de las mujeres lapidadas, de las que mueren en hospitales cementerios. Me escandalizo de la mujer que recibe un golpe; y otro, y cientos. Pero, será que creo que la carne sufre tanto como el espíritu, que de una mujer libre, que va y se desnuda, de eso ya, casi, no me escandalizo.

Saludos.

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jueves, diciembre 08, 2011

La lección de la Taza




Cuando el ratón entró debajo de la taza, la de sutiles flores del color del cielo de Gerena cuando hace buen tiempo, hurgó en el rico queso del dedal tramposo, y la taza hizo: “cloc”, y llegó la oscuridad; pero no sólo aquello era destacable; el planeta entero había sufrido un pequeño cambio, un terremoto minúsculo. Al ratoncito, que hasta entonces había disfrutando de una existencia libre y fugaz; comida, agua, ratones, ratonas... se le había cambiado la escena, su vida había cambiado de escenario, y el ratón se preguntó a qué suertes de tramoyistas se podía deber variación tan grande.

La taza cerrada, la oscuridad, el planto frío, el dedal; con su olor a costurera, con su rica corteza de queso dentro. Y el ratón, pequeño, con sus bigotes olorosos, del sabor de la leche de oveja, esperando el siguiente capítulo de su vida, se puso a comer queso; un bocado, luego dos. Si hubiera tenido consciencia –suerte que no la tenía- de la vida y de la muerte, seguro que en ese momento se habría dicho: “Si he de morir, mejor hacerlo harto”.

Tampoco el queso dio para mucho, pero por lo menos le ayudó a coger el sueño, y se durmió, y a los pocos minutos su corazón empezó a latir un poco más despacio, y su pequeño cerebro entró en la fase que los estudiosos del sueño llaman “mor”, o “rem”; y comenzó a soñar cosas bonitas, cosas corrientes de ratones; soñó con un nido cálido de hilos de algodón, que poco a poco se fue volviendo en algodón de azucar; soñó con montañas de comida: trigo, maíz, harina, chocolate... un taponcito con un buchito de vino: un sueño lindo. Luego soñó que comandaba una guerrilla de ratones, y que atacaban a un enorme gato blanco, al que le hacían morder la lona, una y otra vez conseguían humillar al temible felino. Más tarde el sueño cambió, y le vinieron a su cerebro imágenes de un campo lleno de flores y de semillas, donde comenzaba a caer una fina lluvia, que lo mojaba todo. Se sentía fresco, pero feliz, en su sueño; húmedo, mojado entre miles de hojas caídas llenas de rocío. Pero cada vez había más agua, y todo se transformaba en un profundo charco, donde el ratón caía y comenzaba a ahogarse, entre un montón de hojas amarillas.

Y aquí el sueño termina. La cruda realidad vuelve. Alguien coge el plato, el ratón y la taza, y los pone en un cubo de agua. El ratón nada, con todas sus fuerzas. La taza y el plato hundidos en el fondo del cubo, y sus menudas manitas arañan las paredes de cinc del cubo. El nuevo escenario es muy frío, húmedo, resbaladizo. El corazoncito le late desbocado. Pero el instinto del ratón le mantiene a flote. Nada y nada, mueve con ritmo sus patitas diminutas.

Todo aquello lo observa un niño, que lo mira con ojos atentos. El niño y el ratón se miran a los ojos; la mirada del ratón es tierna, la del niño curiosa. El niño está recibiendo una lección triste de fragilidad.





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jueves, diciembre 01, 2011

Me gustaría decir



Me gustaría decir
en pocas palabras
algo que fuera cierto...
que mirara dentro de los ojos
que no dejara lugar a dudas,
ni a segundas ni a primeras...
que fuera claro
como un sol de julio...
que llegara a cualquier parte
como la música
como el silencio
como el canto de un niño
como el sonido de una palabra.

Quisiera decir algo
que fuera puro
que fuera un punto;
seguido y a parte...
que abriera el alma
que tuviera manos
que tuviera pies...
palabras de piel frágil
roja, blanca y negra.

Me gustaría tanto...
sembrar las cosas
plantar los árboles
cadenas de letras sueltas...
una nota de música
una esperanza sonora
un credo en el hombre
una lanza enterrada...

Quisiera hacer cientos de poemas
como el que escribe cimientos
como el que come garbanzos...
criar frutas en las ventanas
dar de comer a manos llenas
cantar la voz que callan los que callan
hablar por los codos y por las lenguas.

Pero no sé, no puedo, no siento,
lo que sienten los artistas...
si acaso una lagrimilla de cebolla
para seguir metiéndome más adentro
como un caracol en retirada
bajo una concha de cristal rendido
sin seguro, sin papeles,
dejando atrás, a lo lejos
regueros de garabatos
solo eso.


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