Un señor viejo, mal vestido de payaso, reparte octavillas. Yo soy un chiquillo que escapa del colegio como en un bando de palomas libres. Corremos por la calle abajo con nuestros vales y releemos una, dos, mil veces: "100 pesetas de descuento. Sólo acompañado de un adulto". Ondean al viento nuestros trofeos, son, en nuestras manos, banderas que anuncian la aventura.
Atravieso un esqueleto de montones de adoquines y añejos bloques de granito olvidados; el viejo colegio derruido con sus dos palmeras solitarias, las ruinas parecen un Lázaro esperando el milagro más imposible, y aplasto, bajo mis pies, montones de dátiles amarillos mientras las bestias viajan por mi cabeza. El dromedario del vale y las melenas de los leones parecen moverse, y se oye el chasquido del látigo y los cascos retumbantes de los caballos.
La Carretera Quirós entera es un enjambre de mochilas contagiadas por la gran noticia; un circo llegó a Gerena.
En el llano "La Cantina" las errantes personas despliegan su cacharrería; toda clase de lonas, puntales, cuerdas... El circo es una planta que va creciendo. Emerge de sus tripas como un gigante blanco y rojo que adquiere una forma montañosa. Su volumen misterioso es celoso de sus entrañas. La carpa, pagana y mundana, no se abrirá al que la quiera, sólo a quien la pague.
Asombrado, en un momento interminable, junto a los otros que hoy también llegarán a casa tarde, me imagino un mundo distinto bajo la carpa, e intento con la mirada traspasar las lonas; recorro sus maleados tablones, sus repintados hierros sin patria, los desdentados animales y el puñado de niños sin raíces curtidos por caminos hechos de estaciones, tormentas, calimas, heladas, vendavales de barro y polvo.
Al día siguiente muchas prisas y clases que no terminan nunca. Suena la estrepitosa sirena y nos escapamos veloces. En la puerta dos altavoces, el mono triste y la joven princesa nos recuerdan que llegó el día de la única función.
Y casi llegando a la Lonja comienza a caer sobre nuestras cabezas un chaparrón sin miramientos. Las canales repican un recital de gorgoteos. Las calles corren como arroyos y las esquinas se llenan de torrentes marrones que arrastran tierra, papeles y colillas que huyen.
Por la calle "La Plaza" camina, entre charcos, un perro sucio, flaco y mojado que se escurre buscando algo seco. Él también lo sabe; cada vez que viene un circo llueve.
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