domingo, octubre 23, 2011

Manolito y los mil duros


Me bajé del coche de mi padre con mil duros en la mano; recuerdo aquel color morado de los billetes de cinco mil pesetas; hoy en día, uno de cincuenta euros es lo más parecido a aquellos bonitos billetes de cinco mil pesetas, solo que los de hoy, los de cincuenta euros, valiendo más, duran menos. Pues eso, me bajé del coche de mi padre; él antes había sacado de su cartera los mil duros y me los había puesto en la mano: “Toma, que le echen mil de gasoil”.

Recuerdo perfectamente la gasolinera, aún sigue allí, en el mismo sitio. Después he pasado muchas veces por la misma carretera y sigo recordando aquella mañana en que me bajé allí, yendo de viaje con toda mi familia. Cuando pasen por la carretera nacional que va desde Sevilla a Aracena, en el cruce del desvío al Castillo de las Guardas, allí está la gasolinera de mi historia.

Y continúo; en cuanto me bajé vi a un hombre, estaba junto al surtidor, llevaba una correa ancha de cuero cruzándole el pecho. No vi a nadie más, o si había alguien más no le presté ninguna atención; la cabeza juega a veces esas malas pasadas, haces un análisis visual de algo, piensas en la progresión de lo que a continuación va a pasar, y dejas que tu mente, o mejor dicho, que tu piloto automático funcione por sí mismo. En el fondo, esa simplicidad nuestra de dejar que nuestro cerebro trabaje solo y sea capaz de hacer una previsión de lo que va a ocurrir, para así dejar que todo siga, nos hace seres totalmente manejados por fuerzas, diría yo, casi extrañas; por la fuerza de nuestro cerebro, pero que no por ser nuestro significa que esté a nuestro servicio, sino todo lo contrario.

Entonces pensé: “Ahora le largo el billete de los mil duros a este hombre, le digo lo del gasoil, y nada, a esperar el cambio mientras va llenando el depósito”, y eso hice, confiando que todo transcurriera como debía, como acababa en una milésima de segundo de predecir.

-Buenos días; tome, mil de gasoil.

Y sorprendentemente algo falló; no estaba funcionando el futuro lógico, el que se esperaba, el normal, esa predicción mía de lo que tenía que ocurrir a partir de ahí.

El señor me miró, y luego miró el billete de las cinco mil pesetas, luego me miro otra vez. Yo con mi mano extendida ofreciéndole el magnífico billete. Y el hombre mirando durante unos segundos mi mano y el dinero. Entonces, en ese tiempo congelado, en ese preciso instante donde yo era una figura de piedra con la mano extendida esperando que aquel hombre cogiera el dinero y me diera la vuelta, ese señor se agacha, se acerca a los pies del surtidor, coge un tambor, de esos que lucen en su perímetro la bandera patria, y se lo cuelga de un gancho al final de la correa que le cruza el pecho, de esa correa de la que yo esperaba que al final colgara un monedero, una cartera, unos dineros... y no un gancho, un gancho para colgarse un tambor, un tambor grande, un tambor de una vez, un tambor español bien lustroso. En eso veo que sale de dentro de la gasolinera otro señor con paso decidido y me pregunta:

-¿Qué? ¿Cuánto le ponemos?
Yo, a media voz, y cambiando mi mano de dirección con su billete, le digo todo cortado: “mil de gasoil”.
-Venga Manolito, tira pal pueblo anda –ya os podéis figurar quien era Manolito.

Y Manolito comenzó a dar tamborazos con sus dos palos de tamborilero. Y yo veía, para mi sorpresa, que mientras estaban llenando el depósito del coche de mi padre, con toda mi familia dentro siendo testigo de mi mayúsculo patinazo, digo que, mientras se llenaba el depósito, veía que Manolito cogía un camino por medio del campo, una cuesta arriba, tocando su tambor, dando un mamporro tras otro, y así encarriló el hombre, tan contento, una cuesta cercana a la gasolinera.

El dependiente me dio la vuelta, cerró el depósito y me dijo “ Pues nada... hasta luego”. Me metí en el coche de mi padre callado, viendo a Manolito subiendo la cuesta tocando su tambor. Y mi padre me dice: “Anda que si te llega a coger Manolito el billete de los mil duros y sale corriendo... ya te veo a ti detrás del tonto corriendo por esos montes”.

-Pero papá – le contesto- ¿no le viste la correa que le cruzaba el pecho? ¿Quién me iba a mí a decir que aquella correa, en vez de ser para la cartera, era para un tambor?

- Sí, lo que digas, pero tú no habrías tenido monte bastante para correr por los mil duros.

Mientras, Manolito se perdía de vista por el monte entre redobles y marchas de procesiones.


La mayoría de las veces -casi todas- las cosas no son como parecen.



...

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domingo, octubre 09, 2011

La primavera breve






El otoño es una primavera breve... si llueve.
Si no llueve es un verano largo... muy largo.
Aún los árboles sestean a las once de la noche,
y se ven marchitos, los pobres, con sus hojas famélicas,
sus lenguas mustias de sed, que se resignan dobladas,
que gimen con un lamento cansado y amarillo.

Las calles... feas, de rastros y de huellas...
de la mugre de los que quedan,
de churretes de orín por los rincones,
de papeles en el aliento de las cloacas;
es el otoño seco un otoño de ciudad sucia.

Y si lloviera, si las aguas vinieran con su esperanza,
este otoño de erial y de esterquera, de basuras y de plástico,
de aceras malolientes, de perros manchados,
de muladares de cenizas, de espinos y de cardos...
todo él se lo llevaría la lluvia, y la hierba bailaría de nuevo,
y los arroyuelos cantarían, con torrenteras, entre guijarros.

Y vendría, si lloviera, la tan querida primavera breve,
primavera corta, con la ebullición de las plantas dormidas,
de las gramas en las cunetas, del despertar de las semillas;
las sinfonía secreta de las raíces y las lombrices de tierra,
de las hojas y los tallos frescos que añoraban las cabras,
del resurgir del verde y del baño alegre de los gorriones.

Si lloviera... y viniera en el agua la primavera breve,
brotarían mil caracoles, de todas partes, por todas las grietas,
entre las piedras antiguas de los caminos...
y bajarían de los cardos, de los postes, de las alambreras,
se unirían todos, todos con todos, devueltos a la vida,
en la fiesta del otoño, y de su corta primavera...

Que si viniera con el otoño su tan preciosa primavera,
llegarían las tardes efímeras de los almendros,
de los álamos de plata y de oro en las riberas,
de los bellos árboles que se desnudan para el sueño;
entrando, un año más, en el cálido devenir del tiempo.

Si viniera, por los regajos, ese agua que tanto aman las ranas...
si regaran las nubes a todas las criaturas y a todos los caminos;
la tierra tendría su olor a tierra; los charcos, olvidados,
cambiarían el polvo tan muerto, por el barro tan vivo.

Agua, agua... que traiga ya el corto otoño de primavera.
Agua, agua... que venga a salvarnos la misma vida.
Que llueva un poco... que luego siga y que caiga clara.




Que venga ya, un buen otoño... con su primavera breve.



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miércoles, octubre 05, 2011

Pobres pobres


Cuando vea los anuncios de la tele, cuando le estén machacando el cráneo con ellos, mientras está usted sentadito en su sofá, piense, por ejemplo, en un habitante del África profunda, imagine que le colocaron una televisión en su choza, y que lo bombardean un buen rato con los mismos anuncios que usted ve: la crema antipatitas de gallos (quién pillara un gallo), el agua mineral baja en sodio y poco mineralizada; ideal para la silueta, el blanqueador para tener los dientes blanquísimos, el pienso con el que su gatito será un gato sano, el móvil que vale para todo; como para buscar restaurantes y tiendas de flores, un detergente que no raya las copas de su vajilla... Todo eso lo ve el pobre negrito, mustio y hambriento, en su choza reseca. Y se levanta y apaga la televisión para no contaminarse. Y para maldecir la misma madre que nos parió a todos nosotros, y a nuestros inventos.

Pobres pobres que diría aquél, o "pon un pobre en tu mesa", como dijo un genio.

Hacen falta pobres, si no fueran imprescindibles creo que hace tiempo se habrían terminado, o los mismos pobres se habrían sacudido las moscas por sí solos. Pero algo ocurre que no cesan, y lo que ocurre es que hacen falta. He llegado a esa triste conclusión.

Por ejemplo las religiones, que necesitan a los pobres; son su negocio. No veo ninguna religión que quiera que los pobres se acaben. “Bienaventurados los pobres” dicen. Pero no hacen ni el intento de cortarlos de raíz, de acabar con las fábricas de pobres. Mientras hablan de otras cosas, para ellas más importantes, parece que se les olvidan que existen campos donde se cultivan pobres. Pero solo parece. Para las religiones la lucha por el reparto de las riquezas, por la igualdad entre hombres y mujeres, por denunciar a los grandes asesinos. Para ellas eso no cuenta. Ellas tienen otras preocupaciones menos terrenales: el espíritu. Y nos dicen que el espíritu invisible es el que hay que salvar, al pobre que lo parta un rayo. Pobres pobres.

Los inversores también necesitan a los pobres. Sin pobres no habría riquezas con que especular, ni sueños que mal despertar. Dicen que los inversores no tienen cara, lo dicen para que no se nos ocurra cagarnos en sus mismas castas, pues ganas no nos faltan. Los inversores tienen el dinero, tienen el poder.

Prefiero la sencillez, la simplicidad, a ser un limpiaculo de los inversores. Por ello siempre evitaré pedirle a un inversor un favor. Ni loco.

Nos dijeron que la felicidad se podía comprar. Y aquel sueño de colorines, de luces de plástico, de celofán podrido; todo ese espectáculo soez de la gran superficie, del centro comercial con sus mojones en oferta, todo nos pareció el jarabe contra las penas. Porque los pobres necesitamos cosas, nuestra vida está hecha de cosas tristes, muchas de ellas absurdas; móviles, wii, el iphone treinta; siempre habrá un invento nuevo pasándose de moda. Y un buitre deseoso de prestarnos el dinero, para que en cómodos plazos nos pueda bien dar por la trasera, y sin anestesia.

Los bancos necesitan más a los pobres que incluso las religiones. En prestarles mentiras van sus ganancias, en prestarles su propio dinero; el de los propios pobres, en eso va su estraperlo. Ganancias que son salivazos, con el hedor del dinero, a la misma cara; sin pudor, sin miramiento.

Los pobres necesitan/necesitamos vida; vivienda, pan, cultura, una cerveza mientras se charla con un amigo. Eso no vale tanto. Tampoco hay que hipotecar una vida para poder vivir.

Sin pobres el diablo se quedaría sin almas, y el diablo, que lo sabe, mantiene la rueda andando. Todo es una rueda, la dichosa rueda; los pobres necesitan trabajo y con un salario mísero poder pedir un crédito, con el que comprar, comprar... si no compras no existes. Si tu vecino tiene mejor coche; él es más feliz que tú. Si tu vecina se puso dos tetas nuevas; ella sí que es feliz. Aunque se las vea y se las desee para regalarse una sonrisa, una caricia o un beso de amor. Amor; ¡a quién se le ocurre hablar ahora de amor cuando tan poco cuenta en los balances!

Los políticos necesitan pobres que piensen que pueden curar sus males, pero en el fondo los necesitan para sustentarse, para quitarles el fruto de su trabajo. Nos quieren hacer creer que el pobre necesita al político como salvador, pero es justo lo contrario, el político vive del pobre, nunca ha sido al revés. Muy pocos político sirven a los pobres, la inmensa mayoría se sirve de ellos. Por suerte hay raras excepciones.

En este cochino mundo siempre habrá un invento para la felicidad, para comprarlo. Y habrá individuos pobres pensando que sólo con ese invento en la mano, frente a su cara o bajo su culo, habrán alcanzado la felicidad completa. Pero todo eso es mentira; al momento que tengas lo último de lo último vendrán los magos de la farándula a sacarse de la chistera otra nueva infelicidad. Sólo seremos felices si desdeñamos lo último. Si nos dejamos, deliberadamente, pasar de moda.

Nosotros quizá ya no tengamos remedio: somos ratones en una rueda, dentro de la jaula de nuestra soberana ignorancia. Los que necesitamos a los pobres, y los que nos necesitan, engañamos y nos engañan. Y a menudo se nos olvida que el amor es lo único que nos puede hacer sentir que estamos vivos, que somos libres.

Espero saber trasmitirles esto a mis hijos. Y protegerlos de tanta contaminación. Pero me siento realmente solo, el enemigo está en todas partes. ¿Cómo se puede luchar contra tanta mediocridad?





Nota: Título de la foto: Mis hijos y otros bañistas.

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