Algo pasó en el camino que no me deja quererlos.
No sé quién me arrebato estas ganas de gritar por mi bandera, pero por más que quiero no las encuentro. Lo intento. Las busco. Me gustaría nacieran en mi, una sola pizca, con eso me conformo, algo de cariño al amarillo y al rojo patrio.
A veces me pregunto si esa falta de afecto es por esa bandera o por todas. Pero claro, con la de Blas Infante la cosa varía, vaya si varía.
Yo de niño preguntaba: -¿Por qué cuando sacan el paso no ponemos nosotros la bandera de España en el balcón?.
Y me fueron explicando cosas, cosas que entonces no comprendí, pero luego... lo supe; aquellos fueron los colores del ganador de una guerra. Y la propia muerte, guadaña en mano, utilizó aquel estandarte, en nombre de Dios y de todos los santos, para hacer España grande y libre.
Pero el dolor no se borra echando un águila a volar, siempre se queda, como el cieno podrido del fondo.
El miedo se agarra por dentro, en los hígados, en las paredes de los estómagos, ahí se mete, mordiendo las tripas de los que murieron y de los que quedaron vivos; de los huérfanos, de las viudas, de las hermanas camino de la Ranilla clamando a la providencia un alivio de su peso.
Nada se olvida si no se quiere, o si no se puede, y este recuerdo antiguo no se acaba de marchar. Se quedó preso en un pliegue del ADN, y ahí lo tengo.
¿Y la culpa?. ¿Es mía?, ¿de mi padre?, ¿de mi abuelo o de mi abuela?, ¿de áquel que estuvo preso en el penal del Puerto?. ¿Es de esos patriotas que pegan la bandera en el culo de sus autos?, de ellos, tampoco.
Esos colores tuvieron que ser borrados, por vergüenza. Esos y todos. Pero no se pudo, no se quiso, no se intentó, ni idea. A estas alturas...
Ya conmigo no hay solución. No me gustan y son los míos, alguien me robó ese amor. Algo pasó en el camino que no me deja quererlos.