martes, diciembre 28, 2010

Subidas



- ¿Te enteraste que subieron la luz?

- ¿Y la Play?

- No sé.

- ¿Y los cubatas?

- Ni idea...

- ¿Y los juegos de la Wii?

- ¡Y yo qué sé! ¡A ver cuando maduras de una puta vez!

- (...) ¿Te enteraste que subieron la edad de jubilación?


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jueves, diciembre 16, 2010

Hay dos tipos de hombres


Hay dos tipos de hombres; los que prefieren para un duelo la espada y los que prefieren la pistola. (Sugerencia para un duelo: ponerse de acuerdo.)

Los hay que usan colonia a diario, y los hay que en su vida.

A los que le gustan más las mujeres maduras, y los que las prefieren jovencitas.

Hay hombres que mean (o se la menean), con la mano derecha, otros con la izquierda. Esto no dice nada de las personas, pero cuando un hombre te da la mano, no es lo mismo que te brinde la que también usa para arrascarse los huevos que la que usa para la higiene nasal. Lo digo porque quizás ese sea el verdadero significado de darse las manos entre los hombres; es decirse: "que sepas amigo que no me importa tocarte la mano con la que también te tocas la picha, pero, vamos, yo también me la toco con ésta".

Hay cosas muy importantes para los hombres, pero también otras que lo son menos; por ejemplo los hay que saben para qué sirve esa escobilla pequeña que está junto al vater, otros que si la han visto no se acuerdan.

Hay hombres que tienen trabajo, otros están en paro (y jodidos). Clasificación triste.
También los hay, afortunados, que tienen pagas extras por verano y Navidad, y los que las tienen prorrateadas, (prorrateadas significa que no las tienen). Creo que, para el hombre que no tiene paga extra, la Navidad es de otro color... Como más parecida al resto del año, sólo que con más puñaladas.

Hay dos clases de hombres; a los que les gusta el Corte Inglés para ir a comprar y a los que sólo les gusta del Corte Inglés sus dependientas; los que mandan a sus amigos correos de tías en pelotas, y los que mandan infumables propagandas politiqueras; los que dicen lo que piensan, o los que venden lo que piensan; los que cuando escriben te tocan el alma, y aquéllos que cuando escriben te la manchan.

Hay hombres que se aprenden las funciones de los electrodomésticos; de todos los chismes. Que son capaces de entender sus manuales: del móvil, del DVD... de todos menos el de la plancha. Hay otros -ése es mi caso-, que si algo no funciona por la inercia lógica del encender y el apagar, pues no sabemos (ni queremos).

Hay dos tipos de hombres; a los que le gusta la cerveza, y los que carecen del sentido del gusto; l
os que se vuelven locos por un bocadillo de jamón y los que nunca lo probaron; los que saben encender una chimenea o una hoguera en el campo, y los que sin las pastillas para encender la barbacoas prefieren llamar al Telepizza.

El otro día me dijo mi hija que yo era un hombre que no se reía -También eso sirve para clasificar a los hombres-. Esa frase de mi hija la sentí como un golpe -como un golpe bajo-. Alguien alguna vez dijo que los borrachos y los niños dicen siempre la verdad... Sin duda me estoy convirtiendo en esa clase de hombres que cada vez se ríen menos.






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miércoles, diciembre 08, 2010

Sin diplomacia


La mirada de un perro callejero carece de la más mínima diplomacia.
Todo perdido y nada que perder. Quizás el pellejo; último capital andante y pendiente, última carta que jugarse en una mala partida: el pellejo y de farol.

Perro solitario de una gran ciudad desconocida.
Ambulante, sin rumbo ni mares.
Nadie espera en el puerto; desierto.
Perdido caminante de huesos.
Aquel pobre diablo; sin techo, sin lecho, sin pecho.
Amanecer de olvido; dolido, molido...
Sobre cartones: frío, resaca, ratones...
La puerta del Santander a cal y canto, sin espanto.
Cubierto por la cochambre y el hambre.
Rodeado de envoltorios y abalorios.
Un cartón de vino: rumboso. Pan duro: mohoso.

Detrás de cada perro callejero hay una batalla perdida, una vida vencida; una noche sin luna ni estrellas, un día sin pájaros, sin árboles, sin fruta...

Qué cosas..., nos parecemos tanto los hombres y los perros que tan solo un poco más abajo, en uno de los últimos escalones de estas sucia sociedad, hombres y perros somos lo mismo, vivimos de la misma forma, somos mirados con los mismos ojos, tenemos la misma sombra, somos actores del mismo circo.

Si ves un perro callejero y te sobra un poco de pan, no te lo pienses dos veces: ese que no te quiere lo quiere, ese que no quieres lo quiere. Malditas conjugaciones del verbo “querer”.






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domingo, diciembre 05, 2010

La verdadera suerte


Existen tréboles de cuatro hojas, yo tengo uno; lo cogí, lo metí dentro de un libro. Por ahí anda, seco, entre dos hojas de papel escrito, como si formase parte de una bonita historia. Pero no sé en qué libro está. Necesitaría mucha suerte para poder encontrar otra vez mi trébol de la suerte; paradojas.

Hay muchas personas que buscan estos tréboles, que tiran dinero y esperanzas en este propósito. Se equivocan; no lo buscan en el sitio apropiado.

Por ejemplo: veo a gente parada frente a unas asquerosas máquinas de mil luces, hipnotizadas, parece como si les robaran las almas, las voluntades, absorbidas por unos “bonus” que dan cinco y que cobran diez. Van corriendo detrás de una suerte que me recuerda aquella leyenda de las sirenas, que quienes oían su canto ya nunca regresaban.

La suerte nunca se puede comprar. A la prueba está que los ricos no tienen más suerte que los pobres: sólo tienen más cosas.

No entiendo el negocio de la suerte o, por ejemplo, que en cada bar habite una de esas mentirosas máquinas de la suerte. Es triste ver a tantos dedos danzando entre las carteras y los “insert coins”, que criaturas se dejen robar, una y otra vez, de los ojos, de las mentes, por una puñado de monedas también robadas.

Existen tréboles de cuatro hojas, y hay muchos, por todos lados. Para verlos sólo hay que fijarse bien, abrir los ojos, mirar cerca; la suerte puede estar pegada a ti, ahí mismo, sin necesidad de buscarla; en el sofá, al otro lado de la cama, en la cocina, o lavando los críos... Tan cerca, tan lejos, ahí está: la verdadera suerte.

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