Carnes de Verdeo.
Cuando en el corral afinen los gallos, tómate una “tostá” de manteca “colorá” en Perico Alanís. (Hay que escribirlo a la fuerza así, pues una “tostada de manteca colorada” es otra cosa). Esa poción, sobre su bollo, receta antigua de druidas, entrará en tu cuerpo, y del estómago a tus venas, para revolverte el genio y la figura.
Luego, cogerás tu Gimson roja con su corta luz naranja y sus poquitos papeles, y tu macaco a la bandolera camino de Trujillo, aun el fresco húmedo de la noche que despierta.
Allí estará la escalera, herencia del abuelo que tan grande fue y tan poco tuvo. Y subirás al pimpollo de los diamantes verdes, para que caigan melodiosos al fondo del esparto. Y verás apagarse los planetas, y nacer un nuevo Sol.
No te vayas de la vida sin probar ciertos placeres. Al menos que algún día escuches al manigero gritar que ya llegó la hora. Para, sentado sobre una sereta, darle buena cuenta a un chorizo del pueblo y a un trago de vino.
Y la cuadrilla le pegará una ruidosa “zorrastrá” a un tímido jornalero que derribó, sin querer, el cántaro. El pobre... la que le ha caído.
Después, volverás a peinar las fardas y pensarás en el sacrificio, en la repetición de los destinos de tantos seres, trabajando para merecer el pan que tragan, las risas que beben.
Y te escocerá el sudor en los ojos, y se agarrará una punzada, sin lástima, a tus riñones. Y seguirás con el baile de tus manos, hasta dar de mano con el cuello hecho pescuezo.
Y cuando el remolque parta, viajero en el camino, pensarás:
¿A dónde vais, aceitunas verdes?.
Hijas de sol, fatiga y lluvia.
De viejos olivos que viven siempre.
Va por todos ustedes, carnes de verdeo.
Etiquetas: Foto de gerena y olivos. Verdeo