viernes, marzo 26, 2010

Por higiene




A las puertas de la Santa Semana Santa, de los días en que el culto a la escultura es cultura.

A dos pasos del lucimiento de los grandes y esperados estrenos; mantos, coronas, respiraderos de plata, mocasines de marca, braguitas nuevas por la vertical trasera.

A pocos días de la lenta carrera oficiosa, de las sillas plegables, del palquito revendido, de las apretadas, agobiantes, maravillosas y empalmantes bullas.

A pocas horas de la mellada medalla en el cuello, de la insigne insignia en la solapa, de la vara en la mano, y de los demás galones que jalonan al jerarca cofrade.

Al instante del desfile de la fila, de la pasarela interesada de los abraza farolas de catálogo, del regocijo entre cirios de los defensores de la moral.

Próximo al momento del lustroso tricornio, del monaguillo primado, del incienso dando porculo, del paseillo triunfante de los acólitos políticos, del prodigioso batido de la fe, el Estado, la cruz y la patria.

Y, sobre todo, cuando toda esa farándula urbana, junto a la santísima Barbie, estén pasando por mi cara.

Por higiene pensaré;

“No llevéis ni oro ni plata, ni dinero en el bolsillo, ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni cayado. Y allí donde vayáis, decid a todos: La paz con vosotros.”

Creo que aquello lo dijo un tipo llamado Jesús.

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domingo, marzo 21, 2010

Tiempo, heridas, ámbar y olvido



“ Dios aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan.” (Barbery Muriel “La Elegancia del Erizo”)

Hace muchos años que dejé de vivir en mi pueblo y me vine a esta ciudad con olor a coche donde los vecinos no se conocen, casi ni se hablan; por eso desde el ordenador me regreso; a esa tierra dónde nacieron, viven y mueren la mayor parte de los seres humanos que han pasado y que van pasando por mi vida. Será por eso de esa sensación que se me repite con asiduidad cada vez que vuelvo; cuando ando por Gerena siento como si también viajara por el tiempo; además de calles, rincones, cuestas y esquinas, está todo lleno de él; de tiempo; viajes en los que veo a seres que llevo conociendo toda mi vida y que a algunos, de golpe, los encuentro muy cambiados; hay flacos ahora gordos, hay gente de mediana edad ahora casi viejos, niñas ya mujeres, y ancianos, tristemente, más decrépitos, más resecos. A todos les pasa lo mismo que me pasa a mí; todos se van llenando de huellas finas y gordas, de las cicatrices que hacen las heridas del tiempo.

Qué más da si existe el tiempo o no, existen los cambios y eso ya es suficiente. El tiempo se muestra por sus cambios. El tiempo pasa si pasamos y, sobre todo, el tiempo es una fortuna de vivos, pues no existe para los muertos; ellos se quedaron prisioneros allí, en el recuerdo de los vivos y para ellos ya el tiempo no existe, y ni envejecen, ni cambian; son los mismos, y están igual que la última vez que los vimos. El recuerdo a los muertos es como el ámbar a aquellos insectos prehistóricos, precisamente también muertos.

El ámbar del recuerdo dura poco; un par de generaciones. Luego se diluye, y los muertos que quedaron en aquel estado incorrupto y eterno desaparecen para siempre sin dejar nada, llegando así a la fase final de la muerte, que no es otra que el olvido, esa enfermedad que no duele, que está hecha de un material distinto a todo y que es capaz de autodestruirse, de alimentarse de sí misma para que no quede nada.

Nos equivocamos al pensar que moriremos cuando dejemos de respirar o cuando el corazón no nos lata. Ese día no es el día de la muerte, es sólo el día en que se nos para el reloj. Pero la verdadera muerte no es esa, si acaso el principio de ella, o una de las muchas fases de la propia existencia.

Los ausentes, los que ya no envejecen, siguen muchos años después en el recuerdo de los que viven, y solamente el día en que nadie nos recuerda, solo ese día, se produce nuestro verdadero final, o lo que es lo mismo la verdadera muerte; el olvido absoluto. La inexistencia total.

Los cambios que provoca el tiempo están ahí; aviso a navegantes. Cada uno se los tome como quiera, o como pueda. Será mejor tomarlos a buenas; mejor, sin duda, un envejecimiento digno a una lucha encarnizada contra las huellas del olvido y, sobre todo, mucho mejor ser víctima de las heridas del tiempo que del jodido ámbar.

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martes, marzo 16, 2010

Historias de un sestercio


Hace un par de años un cabrero por el Valle Ventoso se encontró con Adriano; su cara firme y sería, sus rizos y su mirada poderosa; era un precioso sestercio reverdecido; el bronce y su vejez. Lo apretó con entusiasmo en sus manos temiendo pudiera escaparse y enterrarse él sólo y perderse de nuevo en la tierra otros dos mil años.

Se le calló a un joven agricultor, habitante de aquellos lares, hace muchos siglos cuando le vendió su aceite a un mercader de provincias. El mismo que en Híspalis completó la carga de una bella nave que, atravesando el azul Mediterráneo, llevó el dorado líquido hasta la gran urbe; Roma. Allí, en un bullicioso mercado, un romano compró, por varios dupondios, una ánfora del afamado aceite hispano. Este maravilloso aceite, en el Gran Coliseo, fue engullido por los miembros de su familia, mientras dos gladiadores luchaban a muerte sobre la despiadada arena. Grandes juegos en honor de la victoria. Para la gloria del Emperador y de todos sus muertos.

Uno de aquellos gladiadores, después de hundir su gladius en la carne del vencido, dejó cumplida su cuenta de los cien combates invictos, y alcanzó la libertad; la ciudadanía. Con su título de hombre libre regresó a la Bética; traía consigo una espada de madera, además de esposa e hijo. En la Bética encontró trabajo como herrero en una villa llamada Ierenna, muy cerca de Itálica. Y allí, golpeando una y otra vez su yunque, gastó sus días.

El viejo gladiador murió, una tarde de marzo, cuando el campo empezaba a explotar en una primavera escandalosa. Caminaba por Ventoso cuando su corazón se partió en dos. Y allí calló, sobre la moneda de Adriano, aquella que el cabrero no hace mucho encontró.

El entierro fue sencillo, se iba del mundo como vino; discretamente; era sólo un hombre.
Una mujer puso en su tumba una vieja y tosca espada, su rudi. Luego la tierra vino y lo tapó.

Desde entonces descansa.




Se oyen voces, motores y máquinas; un arqueólogo es llamado. Se da una vuelta por allí, pisa muy cerca de la tumba del antiguo vecino; mira aquí, mira allá y afortunadamente de aquella breve inspección no puede deducir valor alguno del lugar como yacimiento arqueológico. - Qué siga la obra- alguien dice.

Nota: Esta historia es ficticia, cualquier parecido con la realidad es pura y deliberada coincidencia.

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martes, marzo 09, 2010

La tierra que estercolas


- ¡Eh tú! ¿Has nacido aquí? ¿Eres forastero? ¿Pero de dónde vienes, de Sevilla?
Ah, entonces eres un Sevillano finolis, un enterao vamos.
Ah, no... ¿De Málaga? Entonces uno de esos que quieren la capital de Andalucía.
Mira... te digo una cosa: Sevilla es Sevilla...
Ah... Me dices que eres de más lejos; ¿No serás de Cataluña? Joder ¡Catalán! ¿Por qué no te quedas en Cataluña con tu independencia?
Ah... perdón, ¿Qué eres franchute? Pues que sepas que este país es mío. No creas que vas a venir aquí creyéndote alguien.

¿No eres francés? ¿Eres rumano? ¿Ruso? Ya lo decía yo por la pinta; ni vistes como yo, ni hablas como yo; es más, creo que hasta hueles diferente. Sí, sí, no me gusta tu olor, ni la forma en que te atas los zapatos. Oye fulano, que sepas que este pueblo es mío, así que ya sabes; carretera y manta, que estás sobrando. ¡Pues sí que has venido lejos a enredarla!

Tú no debes ser de Europa tío, porque Europa es mi tierra, yo soy europeo y aquí ya somos muchos como para tener que meter a más gente. Porque tú eres distinto. En fin, creo que lo pillas ¿No? Que este pueblo es mío, y que primero yo, porque soy el amo de este pueblo, porque lo que ves es mío.

No te puedes quedar; bueno, si vienes a comprarme una casa quizás, que si tienes dinero la cosa cambia y puedes pasar, pero si estás tieso, si lo que vienes es a sobrevivir, para eso ni lo intentes, que verás que caro nos vas a salir; pues te tendremos que curar si enfermas; pues se te tendrán que educar a los niños y además, si te has planteado quedarte por aquí no puedes hacerlo si vistes distinto, si rezas distinto o si tu pelo está peinado de atrás para delante en vez de delante para atrás; que va tío; aquí todos tenemos las mismas costumbres; vestimos igual, comemos igual, cagamos igual. ¿A ver si te crees que vas a venir a un sitio que no es tuyo y vas a hacer lo que te dé la gana? Qué va tío estás muy equivocado, aquí se viene a obedecer a los amos y ya te he dicho que este pueblo es mío, de todos los que hemos nacido aquí.
Vuélvete a tu país que además me da la espina que tu vienes a robar; a quitarme mi tierra, mi trabajo, a corromper a mis hijos, a abusar de mi hospitalidad. Seguro que tú tienes la culpa de todos los problemas que me pasan; el paro, la delincuencia, la pobreza... No te puedo explicar por qué pero mira tío alguien tiene que cargar con el mochuelo y, ¿Sabes? Tú encajas que ni pintado; la gente como yo no nos complicamos la vida; nos gusta simplificar, así que mira tío que hay paro; por tu culpa, y delincuencia; por tu culpa, y todo marcha mal porque tu quieres quitarme mi tierra... Además te digo una cosa: no pienses que me voy a dejar convencer; tú lo que quieres es robarme lo que es mío, has venido a eso a robarme mi patria.

¿Cómo? ¿Qué eres de una isla con forma, color y olor de mojón gigante en medio del Pacífico?
¿Qué además es de la corona española?
¿Qué tu piel es oscura porque te tocas los huevos al sol de cinco a siete?
¡Joder, haber empezado por ahí!
Estás en tu casa tío. Vamos a tomarnos unas cervezas amigo. Qué digo amigo; hermanos de sangre.
En este pueblo tienes las puertas abiertas, somos gente de lo más acogedora.

¿Cómo dices que se llamaba tu isla?

¿San Mojón?

¡Qué placer tener una España tan grande!

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