miércoles, junio 30, 2010

Una canción

Siento compasión, que me perdonen, por aquellos que ya no las tocan, que no las besan. Si imagino qué sería de mí sin ella caigo en una zanja, como una tumba. ¿Qué amor es comparable con el suyo?; amor y madre, madre y amor; la misma rama, el mismo tronco, la misma masa, el mismo trigo. Porque si tú no estuvieras, madre, ¿cómo lo haría para explicarme?

Una canción:

A una madre se le ama desde adentro, desde la sangre roja y caliente,
la que fue suya, que le robaba, cuando habitaba su mismo vientre.

Pensar que tú un día me faltaras es todo un acto autodestructivo.
Luego más tarde ya no soy nada; soy sólo tierra que arrastra el río.

Porque perderte sería tragarme; a dentelladas vivas e hirientes;
a bocado limpio contra mis manos, contra mi pies, contra mi frente.

No tenerte es no encontrarme, huérfano incluso de mi principio,
pierdo aquel agua que me entregaste, me quedo seco, solo y baldío.

Porque sin ti quedo incompleto, toda una obra no comenzada, inacabada por el inicio. ¡Razón inútil si me faltaras!

No llegará ese triste día que vaya andando sin tu materia,
por senderos yermos de células frías, relojes torvos y otras miserias.



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viernes, junio 25, 2010

Calderillas



- Dame "argo".

- Toma mi mano.

-Bueno... ¿no tendrías un eurillo para un bocadillo?

-No puedo; ando escaso de dignidad.






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viernes, junio 18, 2010

Ya me duermo


El verano, sus ruidos, sus recuerdos... Las ventanas abiertas por si venía algo de fresco; e iban entrando, como una brisa, bien despacito; aquellos sonidos que me traían el sueño.

Las mujeres en las puertas toman el fresco, o lo esperan. Las conversaciones, los chascarrillos y algunas risas; la calle convertida en el salón de la casa, en el salón de todas las casas. Mi calle, la calle, de todos y nocturna, caliente y sonora, de grillos y gatos, de umbrales y gargantas viejas. De chiquillos jugando a la paloma.

Ya es tarde, estoy cansado. El Sol bien me abrasó y ya se fue, pero me la tiene guardada, es sólo una tregua en la batalla. Ahora el niño hombre se va durmiendo. La calle, mientras, se va quedando vacía. Alguien arrastra una silla para adentro y se pierde el sonido de la madera por los pasillos tan calientes, entre paredes de cueva caldeada. Luego un adiós, un hasta mañana, una puerta se cierra, un bote de Orión quebranta las esperanzas de los enamorados mosquitos. Una luz se enciende y luego se apaga; la noche de verano va entrando en un sueño de estrellas y galaxias, polillas, salamanquesas y farolas.

El reloj de pared de la vecina canta la media. Un péndulo ensimismado, ajeno a todo, camina, piensa, va muriendo y se mece. Parece triste.

Miro por la ventana y ahí está; la Osa Mayor, siempre ahí, como cada verano, el carro y sus tres caballos. La luz prendida en aquellos soles inalcanzables.

Ranas, muy lejos, ladridos y radios con las noticias. Un vecino ronca, bajito y claro. También llega, sin dudas, un pedo largo y trompetero, escapado o pegado, qué más da si está en su casa, si la noche no cierra y las ventanas se abren. Todos los vecinos tenemos el mismo silencio sonoro de la noche fresca de aquel verano tan viejo.

Ya me duermo y pienso, en una niña que no me quiere, que me ignora. Me duelo sólo esperando el sueño; sentir tanto desamor sin sentido, su foto en mi cabeza me mira y me sonríe. Algo hay que pensar para dormirse, ¿pero siempre en la misma, corazón idiota?

Un motorista cruza la noche, va camino de Aznalcollar. La moto, como una chicharra, a todo puño. El sonido es primero fuerte, cuando pasa por Triana, y luego poco a poco atenuado; la marea del oeste lo trae y lo lleva, juega con él, pero sólo queda un hilo de aquel ruido al poco tiempo. Se va para su pueblo el que vino a éste a pelar la pava. Y va contento; le dejó, por fin, meter la mano.

Y tú, apenas desnuda y apenas vestida, todo lo que te toca que huele a ti, que sabe a ti, que suena a ti. !Quién pudiera ser noche y entrar despacio por tu ventana! y mirarte con los ojos de los gatos delincuentes, y ver tu pelo que tiene vida, y ese camisón –ay- rozando suave el botón hermoso de tus pezones. Eso quiero: entrar y salir sin que me veas; invisible y nocturno como una sombra; para robarte, para tomarte... con ese tacto femenino de tus sábanas y tus cortinas, que dejan ver pero no dejan. Malditas ganas.

Ya me duermo, no lo digo más; ya me duermo.

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sábado, junio 12, 2010

Un hombre sin detalles


Siempre me dice que soy un hombre sin detalles, que todo lo demás, para mí, es más importante que ella. Y no es así, aunque lo parezca. No le compro cosas porque soy un hombre “antimaterial”, y prefiero regalarle unas flores del campo, un beso, un poema, una carta, a regalarle los objetos de los anuncios. Ella dice que lo mío no es la antimateria sino tacañería pura y dura. Yo le digo que en la vida sólo se deben regalar declaraciones de amor o, en todo caso, cosas reciclables -¿Serán las declaraciones de amor reciclables?- pues, además de antimaterialista soy ecologista, pero ella sigue diciendo que de ecologista nada, que es simple y llanamente tacañería barata, vamos, que soy de la hermandad del puño.

Pero eso no es verdad, yo soy un amante “antimaterial-ecologista” por eso de que prefiero regalar, en las fechas señaladas, sólo cosas que ocupan sitio un breve periodo de tiempo y que después se marchan y dejan su espacio para otra cosan, desaparecen, se esfuman, mucho mejor si se van por el retrete. Nada tan “antimaterial-ecologista” como un regalo alimenticio; por ejemplo un queso o un saco de naranjas.

El caso es que por voluntad propia, por llevarle la contraría, por intentar quitarme de en medio un eterno reproche o, sencillamente, por que la quiero, decidí sorprenderla de una vez por todas con un detalle que fuera original e inolvidable y, por supuesto, inmaterial.

Mi novia, que vive en casa de sus padres, todos los días recorre su calle de punta a punta para llegar hasta la parada del autobús. Sale recién duchada abrazando una carpeta fucsia y camina por la acera quizá pensando en mí.


Al final de su calle, según viene andando, hay un edificio de cinco plantas de ladrillos vistos, totalmente perpendicular a su camino, que podría ser una pantalla de cine, o una valla de publicidad gigantesca, pero sólo dirigida a la calle de ella. Por eso se me ocurrió hacer una gran pancarta que cogiera toda aquella fachada con la frase: “Te quiero Carol”. La idea no podía ser mejor; ni móvil con batería de litio (que contamina), ni perfume marca “telacrujo” (mi cartera), ni anillito con diamantes para siempre ( para siempre perdí un huevo); nada como una declaración enorme de amor en la gran fachada que corona su calle.

Me costó la mañana entera del domingo pintar la pancarta. Primero encontrar unas sábanas viejas, luego las plantillas de las letras, repartirlas por la tela, los botes de Canfor, las cuerdas. Suerte de mi experiencia como observador de los viejos pancarteros revolucionarios, cuando, siendo un niño, era testigo de la creación de sus proclamas contra la puñetera OTAN, el vertedero, o lo que hiciera falta.

Al llegar la noche, aprovechando que un vecino salió a tirar la basura, me colé en el portal, subí las escaleras y tuve todo el alféizar de la azotea para desplegar mi gran obra; seis por uno y medio, letras azules sobre blanco, un “Te quiero Carol” que se podía leer a kilómetros.

Me marché a casa satisfecho y me ensobré imaginando los besos que me comerían al día siguiente; se volvería loca, me devoraría vivo. ¡Qué pedazo de declaración de amor! Para que luego diga que soy un hombre sin detalles.

Y llegó la mañana, y Carol salió de su casa para ir el instituto, comenzó a andar por su calle, miraba las papeleras, las flores de los naranjos, los mojones de los perros, algunos jazmines en las tapias... luego quiso mirar al cielo y allí en el edificio de enfrente, reluciendo en todo lo alto, estaba la pancarta con mi declaración de amor.

Sin ser un hacha de las probabilidades, que salga cara o cruz es sólo cuestión de un cincuenta por ciento, y que salga dos veces seguidas cara de un veinticinco, y que salga cuatro veces seguidas cara pues...es muy complicado -no me meteré en esos jardines probabilísticos-, pero no es imposible, ni mucho menos imposible. Y aquella noche de domingo mi fantástica idea no sólo fue mía, sino que se repitió y se repitió, por aquí y por allá; creo que a la inmensa mayoría de los enamorados de kilómetros a la redonda se le ocurrió la misma idea y el mismo día. Así que la ciudad amaneció entera llenita de pancartas: “Te quiero fulanita”, “Te amo menganita”, “Te adoro sutanita”, tantas declaraciones que mi novia, desde su casa al instituto, leyó por lo menos tres veces su nombre. Eso fue, para mí, como una puñalada trapera. No tuve forma de hacerle creer que aquella declaración de enfrente de su calle era mía, no se lo creyó por más que le prometí y le rejuré, es más, me dijo que yo no era de esa clase de hombres que saben demostrar lo que sienten. Que todos menos yo. Que como siempre; todos menos yo, y que los demás quieren más a sus respectivas, “so tacaño”, añadió.

Por eso, desde entonces, siempre digo que las declaraciones de amor hay que firmarlas, si no quieres que te las roben.



Firmado: Aureliano Buendía.




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jueves, junio 10, 2010

Metafóricamente


Ese agua que te moja y esas nubes que te cubren ya mojaron y cubrieron a millones de más gentes.
¿Y tú te crees mejor? Si acaso distinto, quizás especial.
Vive, deja vivir, y no des más porculo, metafóricamente.

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viernes, junio 04, 2010

Juncia Rosada (El final)

Cumplidos los cuarenta y tantos, y sin amor alguno que se le conociera, Juncia acabó siendo la eterna soltera que maduraba entre aromas de velas, hornacinas y escapularios. Su vida se consumía en el cuidado de su anciana madre y en las tediosas misas de cinco a siete o en las largas tardes de bordados y costura.

Pasó el tiempo y aquel mensaje enfermizo del amor enterrado se fue aquilatando en su manera de ser. Hubo hombres que se interesaron por Juncia pero ella no les prestaba atención. Tenía tan asumido que los suyo con el amor era un imposible que no miraba aquellos ojos que se encendían cuando ella pasaba por delante. Es cierto que no le salía novio, pero sería mejor entender que no los tenía porque Juncia no los veía, o no los quería, porque esta mujer era de aquellas que con los años ganan cuerpo y textura y, lejos de perder atractivo, cada año estaba más hermosa y lozana. Pero ella siempre decía que eran bromas de hombres y que ninguno de aquellos pretendientes llevaban intenciones honrosas.

Pero será que todas las cosas van a su sitio y que, más tarde o temprano, lo que tiene que pasar pasa, que hace muy pocos días me la encontré por la calle con una cara de contenta que no cabía en ella, y no tuve mas remedio que pararla y preguntarle.

- Oye Juncia... ¿Qué te pasa, hija, con esa cara de feliz?
- ¿A mí na? ¿Que quieres que me pase?

-Venga niña, que se te nota a leguas-. Insistí.

- Pues na chiquilla, que pasó lo que tenía que pasá-. Me contestó.
- ¿Cómo niña? Explícate que me tienes en un vilo.
- Que ma salio novio, fíjate, ¡con mis años!-. Yo no podía salir de mi asombro, pues aquello de esta mujer con los hombres lo habíamos dejado todo el pueblo por imposible.
- ¿Y cómo ha sido eso? ¿Quién es? ¿Es de aquí?-. Mis preguntas quizás no la dejaban hablar.

- No, no es de aquí, es de Olivares y viudo, pero desde que lo vi, desde el primer momento sabía que era para mí, como también creo que el lo sintió.

- ¿De Olivares? ¿Y dónde lo has conocio criatura?

- En casa de mi prima, que vinieron unos poceros. Y , que me dijo mi prima que me asomara al agujero para que viera cómo estaba de hondo el boquete y al mirá pa bajo, en lo oscuro de los más hondo, allí vi la sonrisa de ese hombre y na, que se me declaró en cuanto salió de las profundidades....
Mira no te extrañes; estas cosas a veces pasan.

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