viernes, julio 31, 2009

A la Iglesia de Honduras


A la Iglesia de Honduras y al Cardenal Oscar Andrés Rodríguez de Madariaga

Adolfo Pérez Esquivel

(Escritor - Premio Nobel de la Paz)

22.07.09 - AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Adital -

El golpe de Estado en Honduras, desatado por la dictadura militar y sus cómplices, trajo muerte, cientos de detenidos, periodistas perseguidos y apresados, confiscados sus equipos y violado los derechos humanos.
Esta situación lleva a preguntarle al Cardenal Rodríguez, al dictador Micheletti y sus secuaces: ¿Es esto lo que esperaban? ¿Asesinar a personas indefensas, suspender las garantías constitucionales del pueblo, apresar y reprimir a quienes reclaman sus derechos y la restitución del presidente Zela ya en sus funciones?

Cardenal Oscar Andrés Rodríguez: el camino que has elegido de ser cómplice de la dictadura militar, no es el camino del Evangelio. No puedes estar en contra de tu pueblo y permitir la violencia y represión que, en nombre de la supuesta seguridad y del derecho, comete graves violaciones, precisamente, de los derechos humanos.
El pastor que abandona sus ovejas y permite las atrocidades y apoya la dictadura para defender sus intereses económicos y políticos, no es digno de ser reconocido como Pastor de Cristo y por su pueblo.

En América Latina tenemos una larga y dolorosa historia de dictaduras militares y complicidades de jerarquías eclesiásticas, que estuvieron al servicio de la opresión y fueron cómplices de la muer te y desaparición de personas, de torturas, para imponer el terrorismo de Estado.
Lamentablemente esa actitud continúa en varios países, como el comportamiento del Cardenal Terrazas en Bolivia, que se alió y apoyó a los golpistas para intentar derrocar al Presidente Evo Morales.

En Venezuela la Jerarquía eclesiástica apoyó el golpe militar contra el Presidente Hugo Chávez. Escuché tus declaraciones contra el presidente venezolano. Tienes el derecho de disentir, pero no el de difamar. Nunca escuché tus declaraciones para condenar la intervención de Estados Unidos, en tu país y el continente, o sobre las atrocidades cometidas en Colombia y la incursión armada contra el pueblo hermano del Ecuador.

Gracias a Dios, hay signos de esperanza y horizontes de vida y dignidad, de hermanos y hermanas que fieles al Evangelio y a su pueblo, se comprometen y luchan por un mundo más justo y humano y muchos de ellos dieron su vida para dar Vida; son los mártires de la iglesia que nos enseña a seguir el camino de Cristo. ¿Recuerdas a nuestro hermano Monseñor Romero, en El Salvador?

Bien sabes que Honduras es un país con un largo historial de intervenciones de EE.UU. apoyado por grupos económicos, políticos y eclesiásticos. Hoy esos mismos grupos de poder, con la complicidad del embajador de los EE.UU. en Honduras, quien confiesa que estuvo reunido con los golpistas, se oponen a las reformas que propuso el Presidente Zelaya y deciden dar el golpe de Estado para negar la Consulta Popular.

¿A que le tienes miedo hermano Rodríguez? ¿A tus propios miedos? ¿A la Consulta Popular para que el pueblo decida el camino a seguir? ¿Tienes miedo a los pobres, que participen y quieran adherir al ALBA y no someterse al TLC que es mayor dependencia de los EE.UU. y que esa decisión afecte los intereses económicos de aquellos que siempre oprimieron al pueblo hondureño?


Recuerda que Honduras tiene el 70 % de la población en la pobreza y el 58% bajo el nivel de pobre za, situación provocada por la injusticia social y estructural. Al recurrir a la violencia contra el pueblo para sostener la situación de injusticia estructural y social, la situación se les ha vuelto incontrolable. Están como el "aprendiz de hechicero", ya no saben cómo pararla.

La comunidad internacional les reclama el inmediato regreso del presidente Zelaya. La OEA, la ONU, sectores sociales, políticos y religiosos, como los Obispos de Brasil, Don Pedro Casaldáliga y Demetrio Valentín, reclaman la vuelta a la legalidad y respetar la voluntad del pueblo.
Escucha la voz del obispo de Copán, de tu tierra, las miles de voces de todo el continente y el mundo, que rechazan la dictadura.

Si el presidente Zelaya cometió un delito, o cualquier falta, el país tiene la Constitución Nacional y las leyes vigentes para determinar su responsabilidad. Pero ustedes impiden aplicar la ley y recurren al golpe de Estado. Y pretenden disfrazar sus crímenes con palabras vaciadas de contenido.
Hablan del Derecho y de la Constitución, de la dignidad humana y los violan y contaminan, y responden reprimiendo al pueblo, provocando muertes y heridos.

¿Por qué tantas contradicciones y falta de valores? ¿Qué tienen que ver esas atrocidades con el mensaje de Cristo? Espero que en tus oraciones Dios te guíe e ilumine, porque estás perdido en la maraña de la incertidumbre. ¿Hasta cuándo piensas seguir de inquisidor, apoyando a los verdugos que implantaron el terror y asumieron el poder en tu tierra? ¿Tienes conciencia que el golpe de Estado en Honduras, es un peligro para la democracia en el continente?

El pueblo tiene derecho a la resistencia frente a las injusticias, a no cooperar con los opresores, a desconocer a quienes usurparon el poder. Y los gobiernos y pueblos latinoamericanos tienen la responsabilidad de desconocer a un gobierno ilegítimo y represor.

Muchos años de lucha y sufrimiento implantado por las dictaduras en todo el continente nos enseñaron en el dolor, que es preferible morir como hombres y mujeres libres, que vivir como esclavos Porque la esperanza siempre nos muestra un nuevo amanecer para la vida y dignidad de nuestros pueblos.

Hay que resistir en la esperanza, hermano Rodríguez, y esa esperanza está caminando junto a los pueblos y nunca en el camino de los opresores. Tienes que optar, como hombre y como pastor: servir a Dios y a tu pueblo, o servir a los opresores y poderes de turno. Son muchas las preguntas. Tú tienes la respuesta.

"Sólo la Verdad nos hará libres". Que el Dios de la Vida te guíe e ilumine y en su Paz y Bien.

Escrito que me mandó un buen amigo.

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martes, julio 28, 2009

Cadenas que aprietan aun más fuerte

A la memoria de tantos y tan pocos
los que están y que se fueron
los que vendrán sin más remedio
que la mediocridad no os aflija
no os hunda más que estáis
en el lodazal de la vida.

Dejad que el viento sople
y su silbido se haga un grito
que rompa puertas y ventanas
de las oscuras cárceles de la mente.

Se lleve también a los guardianes
aquí ya sobran los grilletes
de aquellos que buscando libertad
se encontraron con cadenas
que aprietan aun más fuerte.

Sin descanso buscarán espaldas
para cargar con vuestros muertos
que siempre habrá sucios pecados
para echarlos a la hoguera.


José Juan del Valle Ramírez

27-7-2009.

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domingo, julio 26, 2009

Generación perdida

Generación perdida y hundida.
Almas marchitas sin hambre.
Pies secos que ni andan ni aman,
que sólo saben perderse.

Generación herida de muerte,
Hombres, vueltos niños, robados de todos los sueños.
Niños grandes, como hombres, llenitos de miedos y pesadillas.
Manos vacías en busca de la gloria que siempre huye.

Generación de despojos despojada.
Ojos rojos, venas llenas, nubes solitarias sin corazones.
Sangre que trae y lleva la soledad y el olvido.
Vidas comidas por los gramos de la carcoma.

Generación de hombres delgados en la penumbra;
Vino el viento a traeros la peste envuelta en nieve.
Hoy seguís moribundos en una ruina que no cesa,
aguardando que la luz se abra paso sin saber del día.

Generación caída, truncada.
Gentes que nunca volvieron.
Maldita aquella que os hace olvidar.
Malditos días de laberinto.

Generación a la espera, siempre mirando.
Zombies por una Barda dura y cruenta,
buscando un coche, que puede ser verde.
Vehículo de veneno y desgracia.

Nunca os faltará la asquerosa necesidad,
ni tampoco aquél que os la trae y os la venda,
por poco más que vuestros puñados de miserias.

Generación en degeneración.
Alegría que se fuma o se inyecta.
Polillas de alas rotas, bajo la tísica lámpara de una mentira.

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domingo, julio 19, 2009

El hombre del reloj


Permítanme que les cuente una de mis pequeñas historias:

Cuando era niño creía en las cosas más inverosímiles. Por ejemplo pesaba que en el ayuntamiento de mi pueblo vivía un triste hombre cuyo trabajo consistía en tocar la campana para dar las horas y las medias horas. Me daba lástima ese hombre; ¿cómo podía hacer su vida teniendo que ser tan puntual con el toque del tiempo? ¿Qué trabajo era ese en el que un hombre no podía dormir desde la noche hasta la mañana de una sola vez?

Creía en esto a pies juntillas hasta que mi padre me dijo que eso no era así, que se trataba de una máquina y que allí no vivía nadie. Entonces me entraron mis dudas, pero era tan bonita mi teoría del señor que vivía en la torre del ayuntamiento que me negaba a cambiarla.

Muchos años después entré en el Ayuntamiento y alguien me lo enseñó: las oficinas, la preciosa escalera con el pasamanos de mármol, una pequeña celda, fría y gris, con una cama de cemento y un ojo oscuro en un rincón del suelo... También, subiendo una escalera estrecha, había una portezuela y dentro la máquina del reloj; un enjambre verde de ruedas, dientes, cadenas; un corazón de bronce y lata que latía rítmico e incansable.

En ese momento me acababan de demostrar científicamente que el señor del reloj no era quién daba las horas en el pueblo. Y me alegré por él, pues, como dije, no me parecía trabajo justo.

Con los años y la ciencia, aun habiendo querido encontrar la fe para creer en las cosas que no veo, me he dado por vencido, pues creer y no creer, ya para mi, no es cuestión de fe, es sólo de opinión.

Ojalá venga alguien y me haga cambiar de parecer, si es el mismo Dios, bendito sea, pero sé que él no vendrá.

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jueves, julio 16, 2009

Cuando éramos niños

En el patio una frondosa parra colgaba de un emparrillado sobre nuestras cabezas. Además, un fuerte y joven algarrobo que parecía estaba inventando el color verde, y un limonero escuálido, esquelético, enfermizo, pero siempre adornado de brillantes limones, como bombillas de vida. Ellos tamizaban al sol, hacían que la sombra pintara los adoquines, y nosotros, dos niños, a pesar del sofocante calor, pudiéramos jugar en los largos medios días de verano; a los indios, a las tiendas... o a lo que fuera. A esa hora en que la siesta es una bendita plaga y los estómagos se afanan en la gástrica tarea de las digestiones de gazpachos, sandías, sopeaos... A esa hora dura cuando no se ven volar a los pájaros y desde las acantonadas puertas se propagaban repetidas melodías del Coche Fantástico, el Superhéroe Americano, o de la serie de una mujer apasionada llamada “Bella.”

Mi hermana siempre defendía las hormigas rojas; las más pequeñas. Yo a las negras; las más grandes. Las rojas eran más numerosas, en esto consistía su gran ventaja. Las negras, más fuertes y rápidas. Si las cogías te dejaban en los dedos un olor, entre repugnante e intenso, que jamás podría olvidar. Una hormiga roja no tenía nada que hacer contra una hormiga negra, pero la cuestión era que las rojas atacaban en masa. Si ponías una hormiga roja en una bulla de negras, se escapaba como se escaparía un ratón bajo una manada de elefantes. Pero lo contrario; poner una hormiga negra en un enjambre de rojas, eso era otra cosa. La negra huía despavorida y a las rojas, que eran capaces de dar la vida por atacar, nunca les importaba morir, sólo morder y agarrarse donde fuera. La primera hormiga mordía y ahí se quedaba colgando del gigante, la segunda y tercera ralentizaban su huida, la cuarta ya conseguía frenarla, luego la multitud ya la atenazaba, al poco la hormiga negra agonizaba bajo el enjambre de rojas, hasta que era convertida en el alimento de las pequeñas y su cuerpo, desmembrado, viajaba camino del fondo del hormiguero. La revolución de los débiles ante nuestras narices.

A veces elegía una hormiga negra solitaria, cogía un trozo de pan lo bastante grande para que no pudiera, por sí sola, arrastrarlo y se lo plantaba frente a sus antenas. Luego observaba como intentaba moverlo, lo atacaba por varios flancos y, una vez que se daba por vencida, se marchaba en busca de ayuda a su hormiguero. Así era como podía descubrir su nido. A los pocos segundos veía, entre divertido y asombrado, como un sinfín de desconocidas se encaminaban hasta el trozo de pan para, gracias a su nutrido número, hacerse con el preciado botín.

Tenían que darse prisa porque si yo me marchaba y mi hermana las descubría perderían su codiciado tesoro de miga y corteza. Como dije antes ella protegía a las rojas y fastidiaba a las negras. Sobre todo si discutíamos. En ese caso ella machacaba mis hormigueros mientras yo metía palos, chicles, gel de baño o Mistol, dentro de los suyos.
Conocíamos todos los hormigueros de nuestro patio, aun puedo recordar donde estaba mi preferido; entre las grietas de los adoquines que tiempo atrás fueran el suelo de un antiguo molino de aceite. Allí sobrevivían laboriosas, ajenas a las dos criaturas gigantes que, una cruel y otra benevolente, vengaban sus discusiones sobre sus diminutas existencias.
Cuando lo veranos eran largos. Bajo una parra: las avispas, el sol y la calima, compartiendo el mismo patio. Y las hormigas rojas pequeñas y las negras grandes. Y mi querida hermana y yo, cuando éramos niños.

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lunes, julio 06, 2009

Tomar tanto Sol en julio


A escasos metros de mi sombrilla lo vi levantarse vociferando. Era un señor de piel morena, casi negra, de betún tostado. Gritaba, graznaba, aullaba, mientras, mirando a todas partes, buscaba algún tipo de socorro. Se tocaba la entrepierna como si algún animal le hubiera picado. Estaba francamente pasándolo mal.

Me acerqué preocupado, con el sentido de la responsabilidad de todo buen médico que, en caso de urgencia, siempre está de servicio.
Le dije mi profesión y el señor, desencajado, sin vacilar, se bajó el bañador indicándome que le mirara los testículos. Allí mismo, con la playa abarrotada de niños, viejas, calvos y peludos curiosos. En medio de todos el médico y un paciente con el slip por las rodillas.
- Míreme, por favor. Este huevo me duele a rabiar.
- ¡Pero hombre! – Le contesté. - ¿No podemos ir a un lugar más apropiado? Busquemos al socorrista, en el chiringuito...
- Por sus muelas doctor, - me interrumpió - míreme este huevo, no aguanto más.

La situación era de lo más embarazosa; unas cien personas mirándome mientras yo acercaba la vista a las partes íntimas de aquel hombre.

Con no poco recato le empecé a tocar el huevo, era el derecho. Lo tenía bastante gordo, del tamaño de una pelota de tenis. Su tacto era pétreo, le di unos pequeños golpes con la uña y me recordó uno de esos trompos que bailaba de pequeño.
Pero el coro de la gente me asfixiaba, todos apiñados, algunos ya agachados para poder ver en todo su volumen aquel escroto esférico.

Una mujer bastante mayor quiso tocar el testículo, pues decía que había que buscar el aguijón de la avispa. Un señor le increpó que no tenía ni idea de avispas. Que las avispas no dejan el aguijón, que después de picar se lo llevan puesto.
Entonces la hija de la señora le dijo al entendido en avispas que si no era una avispa que sería un “aguaviva”, que a su madre los bichos le traían al fresco.

Un chaval tatuado, mientras masticaba el hielo de su tinto de verano, comentó que lo mejor sería rajar un poco para ver si había pus. Entonces, el afectado en cuestión dio un soberano grito, y cagándose descomunalmente en Dios, mandó a callar a toda la plebe, y dijo que como alguien se atreviera a tocarle el huevo se lo cargaba, pues a cojones no le ganaba nadie.

- Doctor, por Dios, no va por usted, siga con su trabajo.

Al poco llegué a una conclusión clara. Miré a sus ojos acojonados y frunciendo el ceño le espeté: -Amigó, tomar tanto Sol en julio es de locos. A usted se le ha puesto un huevo duro.



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