El día tenía las aguaeras puestas; frío, viento... era un día de Reyes desapacible.
Había una casa, muy sencilla, pocos muebles; la luz entraba por una ventana alargada que daba a la calle. Entre los visillos, de vez en cuando, se veía alguna persona pasar. Y frente a la ventana una mesa de camilla donde una mujer, hacía escasos minutos, había introducido un brasero, y después colgado un aventaor en una pequeña puntilla.
Juanillo aquel día se levantó tarde, y después de un café bebío, se había ensotao en la copa; la badila a sus pies, por si necesitaba dar un meneito; y el calor subía por las piernas del muchacho, dejándolo amanglao, hasta el punto de que su madre le decía: “¡Niño! Que te van a salir cabrillas”. Pero a Juanillo no le importaba nada lo que su madre dijera, y no pensaba moverse, ni por asomo, en un buen rato; pues en verdad tenía el cuerpo guarnío, y el estómago ajilao; seguramente por la fiesta y el baile de la noche anterior. Aunque una vez se movió; para sacar un tizo del brasero. Lo sacó con unas tenazas, y un hilillo de humo lo persiguió hasta el patio. Pero luego volvió a donde mismo, y se quedó asolapao junto al cisco. Y así pasó casi una hora.
De vez en cuando la madre de Juanillo pasaba, lo miraba, y, mientras seguía con su faena, le hablaba, pensando que lo mismo su hijo no la escucharía:
-!Niño!, ¿no ves que se te ha olvidao de fechar la puerta del patio? Este niño, desde luego, está apamplao. ¡No que el aperreo con que se ha levantao hoy!, éste es capaz de llevarse todo el santo día avilanao.
-Mama, no te chulees de mí, que creo que estoy maluscón.
-¿Maluscón?, ¿o más flojo que un vendo? Déjate de vainerías y ponte a hacer algo, ¿para el flete que te diste anoche no estabas malo, eh? – La madre de Juanillo decía todo aquello a grito limpio, se podía oír la retahíla desde cualquier sitio de la calle, no en cambio, tenía fama de ser una buena barbiana, que no se amilanaba por cualquier cosa.
-Mama, yo creo que anoche algo me sentó mal.
-¿Mal? ¿No sería la bolilla que traías en lo alto? Vamos, que hasta te diste un porrazo al entrar, mira el bichueco que tienes en la frente.
-Mama, que no, que no es por eso.
-¿Qué no?, y la barquiná de comer que me dijiste, ¡a quién se le ocurre andar de guisao a esas horas! Vamos que ustedes cuando cogéis un buen plao, es que no lo soltáis hasta que no se termina el último zurugullo. ¿Dónde dijiste que estuviste?
- Mama, ahí en el bujío del Lolo. Anoche estaba empetao.
- ¿El Lolo? Valiente pieza está hecho el Lolo. Desde luego hay que ver con quien te juntas. Allí, en la casa esa, to destroná. Que menuda capuana que algunos cogen. Bueno sin ir más lejos el Lolo, que es un chufla y un prenda, vaya la reata que trae, vamos que el padre del Lolo no hay más que verlo; está apergarao. Y que conste que yo no soy mujer de chafardeo.
-¡Mama, que jacha eres! y no hables tan fuerte, que me duele la cabeza.
-La cabeza te va a doler cuando venga tu padre y vea tu plan; ¡bonito plan! Lo que tienes que hacer es coger el berbetón y tirar pa la Piedra Caballera, que en una zancá te encajas allí.
-¡Pero Mama! ¿Qué quieres que me ponga jileando con la que está cayendo?
-Desde luego vaya niño lamioso, ¡te quieres largar por ahí! El niño este con el manglazo.
-¡Mama, que liberia, cómo me tratas! si te estoy diciendo que no tengo el cuerpo muy católico. Es más, me parece que voy a ir al retrete, que si no la carzoná va a ser menúa.
Juanillo se metió en el escusado, estuvo un largo rato en el trono, y luego salió con mejor color de cara.
- Mama, me he quedao nique. ¡Menuda churralá! Por cierto estoy enmallao, ¿por qué no me haces un cafelito migao?
¡Qué suerte tiene Juanillo! ¡Cuánto vale una madre!
Y el día discurría lluvioso, sordón, con un viento frío y pertinaz. Mañana de invierno entre adoquines.